Que la serie destine un capítulo entero (uno de los mejores) a la aventura quilmeña es, a su manera, una declaración de intenciones: vamos a perder el tiempo —ese valioso capital de la sociedad de consumo— vagando por las calles, hinchando las bolas en cada antro que encontremos y haciendo lo que hacemos. No haremos nada en este capítulo que no sea seguir a nuestros protagonistas en su vida; nada saldrá de esta aventura que no sea el endurecimiento del vínculo. Nuestros amigos, orgullosos de su condición, prefieren convivir con sus culpas antes que someterse a lo que hoy llamaríamos la lógica de la deconstrucción(...)