A una especie de fe
Underneath the skin
An empty space to fill in
Joni Mitchell
En una casa costera, cerca de una planta nuclear, con el mar de fondo y rodeado de un jardín de flores y de piedras, Derek Jarman se estaba quedando ciego. Poco antes de morir, filmó una película sin imágenes, con lo único que el virus del sida le dejaba ver: un cuadro rabioso, monocromo, testamental. Un cuadro pintado de un color que no existe. Un cuadro que, de tanto en tanto, aúlla.
Su mundo podría haberse vuelto oscuro. Sin embargo, después del diagnóstico seropositivo, Jarman no miró negro: miró azul. Azul eléctrico, azul croma. Azul ultramar. El azul de las paredes del cuarto de hospital donde estuvo internado. Acaso como un cisne a punto de cantar, hundió la cabeza en el agua para abrir bien los ojos dentro del cuerpo que siempre lo sostuvo. Blue (1993) es el testamento fílmico de todo lo que vio: un hiato entre el plano y la mirada refractada, que se quiebra para alcanzar el fondo.
En los 79 minutos que dura el metraje, lo que vemos no cambia. A la deriva, sobre un único plano azul, agudizamos el oído y avanzamos a tientas. Imperturbable en la noción de tiempo y espacio, la película se monta sobre una poética abisal en la que no hay entre, no hay cortes, no hay intersticio al que caer. No hay antes ni después. Sin montaje aparente, sin distancia entre plano y plano, Blue se construye sobre el mero abismo; lo asume como principio y puesta en escena. El plano habla el lenguaje del piélago: sabe que dice mucho con poco. El vacío se llena de un mar sonoro que describe los movimientos de cámara que hacemos para adentro. Ahí está su punto ciego. El contraplano se vierte entonces sobre el mundo al que interroga. Sobre el espectador.
Sueños descabellados durante la noche: una última película plagada de secuencias incoherentes, superpuestas, las imágenes son totalmente nítidas pero tan extrañas que no logro descifrarlas. Se derraman desde la pantalla sobre el público, paralizado en sus butacas(1).
El plano, síntoma de la incógnita velada, inunda nuestros cuartos mentales de un azul que, aun sin volumen ni perspectiva, logra una profundidad de campo medible en la distancia del color. La luz del plano, luz-océano, nos sumerge en una tonalidad insoportable de ver. Y es que lleva tiempo acostumbrar la mirada bajo el agua; ¿cuánto aguantamos un plano fijo sin hundirnos?
En un primer momento, todo naufraga en el intento de hacer foco y hallar una forma. El plano es la incógnita; la verdad que enceguece. Blue, como el sol y la muerte, no puede ser vista de manera directa.
De nada sirve cerrar los ojos. Las olas de luz van y vienen, de la pantalla hacia nosotros, y crecen, imparables; salen del cuadro como un tsunami que traspasa la piel de la mirada y abrasa la vista. Johann Wolfgang von Goethe decía que el azul carga con un principio de oscuridad; “como tono es poderoso, pero está en el lado negativo, y en su máxima pureza es algo así como una negación estimulante. (…) Una especie de contradicción entre la excitación y el reposo. (…) Amamos contemplar el azul; no porque avance hacia nosotros, sino porque nos jala a seguirlo(2)”. Más allá del azul no podemos ver nada. Jarman nos despoja de la carnadura de la imagen para mostrarnos lo que no se ve: el suspiro de la forma. De un soplido, toma aire y la inventa.
Me dice que debe ser aterrador perder la vista. No tanto, mientras se cuente con un muelle seguro en este mar de sombras. Es solo inconveniente. Si nos despertásemos un día oscuro y solo contáramos con los ojos de la mente para abrirnos camino, ¿no buscaríamos la forma?(3)
No hay margen alguno: Jarman cultiva flores de lavanda y amapola en tierra pedregosa; tiene sexo casual y se enamora abiertamente de hombres en tiempos del artículo 28 en el Reino Unido(4); enfermo, en unos pocos años, dirige y termina varias películas, escribe libros y llega a pintar cinco lienzos por día. Sueña con una vejez improbable. Descubre la forma de ver el silencio. Es el mundo el que ha estado equivocado.
Así como Wassily Kandinsky liberaba al color del objeto, Jarman libera al color del plano y al plano de lo figurativo. Traspasa los límites de la representación de la imagen cinematográfica. Pinta por fuera del contorno, escapándose del cuadro hacia las posibilidades del sonido. La construcción pictórica de la película va más allá del ejercicio mimético y convierte la naturaleza moderna(5) en cine abstracto; un cine sin imagen. Blue es el rectángulo de una pintura de Piet Mondrian; es el fragmento de un cuadro sin título de Mark Rothko; es la filmación en 35mm del “IKB 79”, de Yves Klein. De esta manera, la película, el cuadro filmado, funciona como una extensión de la teoría del mismísimo Klein sobre el arte y el color. El pintor francés, gran influencia del arte conceptual y performático(6), fue clave en la concepción cromática y filosófica de Jarman. “Nos convertiremos en seres aéreos, conoceremos la fuerza de atracción hacia lo alto, hacia el espacio, hacia la nada y el todo a la vez. Entonces nosotros, los humanos, habremos adquirido el derecho a evolucionar en plena libertad, sin ningún tipo de trabas físicas o espirituales(7)“. Forma y contenido se unen en el horizonte abismal que se traga la luz primaria con la fuerza de su estética.
A Blue no le interesa el espectro visible sino su respuesta tonal. Entretanto, la mirada sigue fija sobre el mundo sin bordes: una especie de melodía toma forma y nos revela aquel silencio invisible. Vemos el montaje en lo sonoro. Si bien en el cine la voz en off es un recurso extradiegético, en Blue pasa algo distinto. Los sonidos que escuchamos y leemos sobre el plano no son un simple vehículo del lenguaje y la expresión: son un conjuro. La palabra acusmática se encarna en el cuerpo azul y el color suena. Habla. Es Jarman el que le da voz. Lo indecible se vuelve audible para contar, desde la propia diégesis, la biografía de un color que no podía ser visto hasta que fue nombrado(8).
De a poco, el personaje principal emerge. O blue come in. Y la voz del azul entra acoplada en la síncresis. Suenan campanas. El mismo sonido se repite a lo largo del metraje, dando inicio a una escena distinta. Los subtítulos, como palabras de sal, se inscriben en el agua. De secuencia en secuencia, cada imagen sonora archiva el presente y reverbera en vientos de espasmo.
La guerra se propaga donde antes hubo un jardín(9). De lejos, bombas, batallas, peleas. Bosnia y Sarajevo. De cerca, lesiones en la retina, ejercicios de pupilas dilatadas. Arriba, abajo, izquierda, derecha. HIV, ataxia y ceguera. Este mundo es azul. Su iridiscencia late en la superficie de los días. Otro año pasa. Y otro y otro y otro. Hundido en la enfermedad, el ritmo de la monocromía no cambia de contraste. En el hospital, en la casa, en el aeropuerto o en la calle, el goteo maquinal de las horas suena siempre a metal. Chirría, siniestro y eléctrico: no hay cura.
Hablé unos veinte minutos con él, anoche. No sé si entendió algo de lo que le dije; yo solo oía largos silencios y ese gemido suave y triste. Ya no hay palabras(10).
El sonido del océano de Blue desborda de voces acalladas en la espera de un beso, o de la muerte. David, Howard, Graham, Terry, Paul. El azul, vuelto sustantivo propio, ahora pesa. Azul sobre azul, el silencio hace ruido sobre otros silencios. El plano enceguece y encuadra el grito de la invisibilidad del virus: Esta es la canción de mi cuarto, dice Jarman. Y se hunde en la transparencia.
Notas:
1 Jarman, D. (2019). Naturaleza moderna, Caja Negra Editora, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, p.112.
2 En 1810, Goethe publicó el libro Teoría de los colores, en el que ensaya sobre los efectos de los colores del espectro visible, no sólo desde la física y la óptica sino también desde lo que hoy conocemos como psicología del color.
3 Jarman, D. Ibid, p.548.
5 La película está basada en los diarios de Derek Jarman, reunidos en Naturaleza moderna, y en Croma, libro que escribió un año antes de su muerte. Ambas publicaciones fueron editadas y traducidas en Argentina por Caja Negra Editora.
6 Blue nació de una pieza multimedial y performática, inspirada en Yves Klein, llamada alternadamente “Bliss”, “Blueprint”, “Symphone Monontone” y por último “Monotone”. En la performance, Jarman y Tilda Swinton leían fragmentos de distintos escritores y artistas sobre el color azul, mientras de fondo sonaba la música de Simon Fisher Turner (quien también hizo el diseño sonoro y el soundtrack de la película).
7 https://circarq.wordpress.com/2019/09/20/10626
8 El color azul no se percibió siempre. Antes, el ser humano solo percibía el color blanco, el negro, el rojo, el amarillo y el verde. En la Ilíada no se menciona el color azul ni una sola vez. Por eso se piensa que, para los hombres y mujeres de esa época, el color azul no podía verse simplemente porque no tenía nombre. Al señalar cosas de la naturaleza que hoy percibimos en tonos azules (como el mar y el cielo), los antiguos se referían a ellas como oscuras o negras. Luego de ser descubierto, clasificado y nombrado, el color azul pudo verse. El pigmento lapislázuli o azul ultramar fue de los primeros tonos en extenderse desde Asia a Europa para ser utilizado en obras de arte. Muchos años después, en búsqueda de un color de cielo perfecto, el artista francés Yves Klein encontró el azul con el que realizaría casi la totalidad de su obra artística, patentado y conocido mundialmente como International Klein Blue (IKB).
9 En el primer demo del soundtrack de Blue, Jarman empieza la narración en off con un fragmento de The Garden (1990).
10 Jarman, D. Ibid, p.110.