Cartas desde Cannes #1: “Partir un jour” (Amélie Bonnin, 2025) – Película de apertura

El film de apertura de la nueva edición del Festival de Cannes es Partir un jour, la ópera prima de Amélie Bonnin. La película sigue a Cécile, una mujer que debe volver a su pueblo natal debido a que su padre sufrió un ataque al corazón y está en un estado frágil de salud. Cécile estaba a punto de abrir su propio restaurante en París —es una chef de auteur— cuando se entera de la noticia. Esta vuelta a casa trae a la superficie conflictos del pasado que debe enfrentar; el centro de la película es un intento por manejarlos que se demuestra imposible. Cécile se pelea con su padre, con su pareja, queda embarazada, se reencuentra con viejos amigos, tiene una breve aventura con un exnovio de la secundaria que la ayuda a salir momentáneamente de estas confrontaciones, ayuda al negocio familiar… Es decir, se ve “forzada” a lidiar con situaciones que requieren cierta responsabilidad emocional por parte de ella y que su vida en París le permitía eludir. Cualquiera que viva alejado de su ciudad o país natal entiende de alguna manera el aislamiento, la frialdad que a veces se impone en cada uno frente a esa distancia. Quizás como un mecanismo de defensa, una manera de avanzar. 

Si algo se destaca en la película es su intención por desestabilizar la indiferencia de Cécile, hacerla dudar en cada instante y poner en duda la naturaleza misma de aquellas relaciones, incluso familiares. Bonnin vuelve de esto un sistema —narrativo, estructural— y a la vez cae en demasiados lugares comunes, llanos, al punto de parecer la adaptación de un libro de autoayuda —impulsado por el final, que le da sentido al título—. Partir un jour: Irse un día… soltar y todo el arsenal de palabrerío que le viene por detrás. En cierto punto la película quiere celebrar la emancipación individual —también por esto es una película muy de nuestro tiempo—, y pareciera decir: No se necesita a nadie más que a uno. O: Sentite bien con vos mismo, que es con quien vas a pasar el resto de tu vida. Ideas a priori aceptables, incluso hasta certeras, pero que en las últimas dos décadas se han transformado en dogmas. La autoayuda tiene una concepción del mundo que, de algún modo, avala y naturaliza nuestra tendencia actual al egoísmo; una tendencia desacoplada de lo social y por consecuencia de lo político. Partir un jour sufre, quizás involuntariamente, de este desprendimiento. 

Partir un jour (Bonnin, 2025)

Es momento de pasar a los males voluntarios

Puede ser de gran sorpresa para el lector descubrir que la película se concibe como un musical. El pequeño drama interno/familiar de Bonnin está atravesado por números musicales donde los personajes comentan sus situaciones emocionales —quizás sobreestimando la sutileza de los diálogos del resto del film—, con una particularidad: las canciones que bailan y cantan son reversiones de éxitos pop franceses de comienzos de los 2000. La música es buena y esta selección probablemente sea el mayor acierto de la película. El problema es que no hay ni un atisbo de voluntad de forma. Aunque la película no parece tomarlo como punto de referencia, a modo de contrapunto puede ser útil pensar en Vincente Minnelli. Hace poco volví a ver El pirata [Vincente Minnelli, 1948], donde el nivel de la historia, es decir lo que pasa, está totalmente al servicio de lo formal. Los personajes y sus relaciones sólo sirven como tales para luego poder “ubicar en el mapa” quién es ese hombre con una espada que está bailando y haciendo piruetas hace cuarenta minutos sobre un escenario prendido fuego y por qué me termina importando que mate a esos tipos disfrazados de oficiales y que salve a esa chica Judy Garland y no a aquella otra. Es decir, el guión en Minnelli es tan útil como lo es el color de camiseta de un equipo de fútbol: los que están de rojo son un equipo y los de azul otro. Fin. A bailar. El número musical en Minnelli es la película; es evidente que está preocupado por cómo la distribución de los cuerpos en el plano —el puro movimiento— edifican la imagen, mientras que en Bonnin la película trae el número musical como nota al pie, repetitivas notas al pie animadas apenas por sus melodías pegadizas, ellas sí llenas de color. Algo así como el placer de escuchar un disco. El plano prácticamente estorba.

Sí es probable que Bonnin esté pensando en Jacques Demy. Comparten una idea de lo musical arraigado a lo cotidiano, una intención de cercar las estrategias genéricas al comportamiento natural del personaje. La diferencia fundamental está en el mundo que los rodea. El mundo entero de Demy es cantado: canta el mecánico y el joyero a la vez que Deneuve y Castelnuovo. La música invade cada espacio volviendo a toda interacción social una posibilidad armónica, vital. En Partir un jour los números musicales son aislados, aparecen en medio del funcionamiento regular del universo diegético y nunca tienden hacia una movilización externa. En ese reduccionismo del acto musical se encuentra la principal falta de audacia del film: nunca se decide a ser un musical. Es como si lo quisiera integrar pero sin darle ningún valor más que el de comentario adicional o último resto de emotividad en un conflicto ya concluido. Esto tampoco significaría un problema si lo esencial del “comentario” se manifestara en algún nivel enunciativo. 

El film de Bonnin es inofensivo, no pone en valor ninguna de las armas con las que promete dar un paso. Transmite fatiga o desdén por el género. En cualquier caso, ninguna le sienta bien. Pienso en Guy and Madeline on a Park Bench [Damien Chazelle, 2009] y sus pobres números musicales. Pienso en que no hacen falta las enormes coreografías de Minnelli, ni los colores de Demy, ni el ingenio de Godard. Pienso en que alcanza apenas con acercarse, tomar conciencia de los espacios y sus posibilidades, y de ahí en adelante encontrar el rincón, el gesto, que vuelva al plano un axioma de movimiento, baile y canto; que lo vuelva una melodía.

Les demoiselles de Rochefort (Demy, 1967)

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