En "Ocho horas no hacen un día" el mundo obrero se puede diferenciar con claridad del universo burgués gracias a la funcionalidad de la puesta en escena. Cuando Fassbinder se adentra en el universo de los capitalistas lo hace con extrañeza, como cuando ingresa a la oficina del jefe de la fábrica que, por su diseño prolijo y frío, recuerda al tono distópico de su obra siguiente, "El mundo conectado" (...)