A tientas, a ver qué aparece

El siguiente texto fue leído en la presentación del libro Cuadernos del merodeo, de Gustavo Fontán, el viernes 9 de agosto en la librería Otras Orillas (Ciudad Autónoma de Buenos Aires).


Terminé de escribir esto antes de notar dónde está ubicada Otras Orillas, pero la coincidencia me parece un lindo punto de partida. En Una excursión a los indios ranqueles, Lucio V. Mansilla (hijo del General que da nombre a esta calle), en pleno viaje a través de la pampa, destacaba los beneficios de llevar un cuaderno de notas. A este cuaderno lo llamaba, con alguna ironía, vademécum, una palabra algo en desuso que refiere a los manuales de consulta de los médicos y los farmacéuticos. Escribía Mansilla: 

Yo no sé más que lo que está apuntado en mi vademécum por índice y orden cronológico. Hay en él todo. Citas ad hoc, en varios idiomas que poseo bien y mal, anécdotas, cuentos, impresiones de viaje, juicios críticos sobre libros, hombres, mujeres, guerras terrestres y marítimas, bocetos, esbozos, perfiles, siluetas. Por fin, mis memorias hasta la fecha del año del Señor que corremos, escritas en diez minutos. Si yo diera a luz mi vademécum no sería un librito tan útil como el almanaque. Sería, sin embargo, algo divertido.

Vademécum viene del latín vade, que significa “vení”, y mécum, que significa “conmigo”. “Vení conmigo”. Es un cuaderno que te sigue a donde vayas: es un cuaderno del merodeo.

A diferencia de Mansilla, Gustavo Fontán sí dio a luz al suyo, y puede que no sea tan útil como el almanaque, pero es evidente que en su proceso creativo ocupa un lugar irremplazable. Decir que está compuesto por tres diarios de rodaje me parece insuficiente: los tres capítulos, que rondan la gestación de una película estrenada, La terminal, y dos en proceso, Nadie nada nunca y Ramón Vásquez, no solo consignan ideas cinematográficas en el sentido convencional, sino que acopian diarios, citas, fotos, poemas, sueños, recuerdos, perfiles de personajes, diálogos. Y flores. Muchísimas flores. ¿Quién no cortó una distraídamente mientras leía un libro y, en un segundo de sorpresa, sin saber cómo había llegado a su mano, la secó a presión entre página y página, así conservaba su encanto para siempre? En la mitad casi exacta del libro, Gustavo verbaliza el método de trabajo:

Tal vez hay un concepto ligado al cuaderno que puede trasladarse a la escritura: la recolección. Recolección de flores. Recolección de experiencias. Recolección de astillas de memoria y de sentimientos que alimenten de manera subterránea el devenir del personaje.

Acá la dimensión del objeto-libro toma un protagonismo que no es tan frecuente. Muchos de los textos son reproducciones de una caligrafía escrita en verdaderos cuadernos, entre flores, fotos antiguas y acuarelas. La puesta en valor del manuscrito no es un fetiche. Como explica Gustavo: “No agitamos la forma por elocuencia. Agitamos la forma para ver qué aparece”. Cuadernos del merodeo agita la forma-libro para insistir con la idea de una escritura sobre la marcha, del vení conmigo que recorre las páginas. Este libro se pregunta cómo representar la materialidad del cuaderno, pero también la experiencia de llevar uno. Y no responde solamente en la dimensión del texto, sino también en la del objeto. “En el arte viejo el escritor escribe textos. En el arte nuevo el escritor hace libros”, como decía Ulises Carrión en aquel ensayo que cambió la manera de pensar la labor editorial de varias generaciones, El arte nuevo de hacer libros. La marca de esa influencia titila en la última página del libro de Gustavo. En el recuadro donde generalmente nos enteramos de que el libro que estamos leyendo se terminó de imprimir en tal o cual imprenta, acá en cambio leemos, en letra manuscrita: “Estos cuadernos se terminaron de escribir en marzo de 2024 en los talleres gráficos de Solsona, en Córdoba, Argentina” (la cursiva es mía). El taller gráfico como instancia de escritura, de inscripción de una poética, es un posicionamiento que toman estos Cuadernos del merodeo en tiempos de una estandarización extendida de las prácticas editoriales; es notorio, en este punto, el trabajo con las editoras de Cielo invertido, Flavia Rojas y Dolores González.

A esta altura hay que salvar un equívoco: el vademécum de Gustavo no es, de ninguna manera, un manual de consulta ni un listado de instrucciones convencional para la realización de una película. En él hay más preguntas que respuestas, más aperturas que definiciones. La posición es clara: preservar la ambigüedad de los materiales, sostener el deslumbramiento sin caer en la pulsión de explicarlo todo. 

Con la incertidumbre de quien se mueve a tientas, Gustavo confecciona un campo semántico de lo esquivo: la luz es “fugitiva”, el cineasta está “al acecho” y espera lo “inminente”, lo “ominoso” y lo “inefable”, las definiciones “corren peligro”, el fuera de campo es “riesgoso”. La intensidad engaña, la ambigüedad es algo a proteger, el tiempo está ligado a la intemperie. Hay fronteras, hay puertas donde los desconocidos van y vienen. Después de la experiencia hay resto, hay marca, hay herida. ¿Son eso las películas? ¿Capturas de “masas vibrantes con la posibilidad de desintegrarse”? Me atrevo a decir que ese instante de peligro, donde una visión puede capturarse o perderse, es la razón de ser de la insistencia de Gustavo en el oficio del cine.

Consciente del riesgo, entonces, el cineasta pide, para los días venideros, “el favor de una imagen”. La frase me retrotrae al origen de la poesía. Homero le pide a la diosa que cante la cólera de Aquiles. Gustavo no pide que ninguna diosa capture las imágenes por él; pide solamente la gracia del acecho, el don de estar disponible, pero también el socorro de los compañeros de viaje, para que lo mirado “se obsequie”.

Termino con una intuición. Un libro como este genera mucha curiosidad por las técnicas utilizadas en su factura. A lo largo del texto la pregunta por la luz (no en el sentido metafísico o espiritual, sino en la más estricta materialidad del término) es tan preponderante que incita a preguntarse: ¿cuál es la luz que ilumina todas estas flores que irrumpen en la página? Tengo para mí la sospecha de que se trata de la luz del escáner, una luz distinta a cualquier otra, porque permite verlas a través.

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