En los lugares con río la ciudad simplemente acompaña (Cartas desde el FICER 2022)

En 2022, hace ya dos años, no pude ir al Festival Internacional de Cine de Entre Ríos por entregas de la facultad. Álvaro, entonces, me escribió unas cartas sobre el día a día del festival, con estrenos, rescates en fílmico, paseos y actividades especiales. Se trata de un material distinto a lo que en general publicamos en Taipei, y tiene una tesitura más cercana al diario íntimo que a la crítica de cine, pero, a días de una nueva edición del FICER, lo revisaba y su lectura me parecía ideal para ir entrando en la atmósfera entrerriana. Como las cartas eran extensas, hicimos un recorte de fragmentos como puntos centelleantes que, unidos, forman un mapa. La cobertura hecha y derecha de la edición de este año está al caer; por ahora, sirvan estos párrafos de precalentamiento.

Milagros Porta


Foto: FICER

Llegué a Paraná poco después de las seis de la mañana. Una parte considerable del trayecto transcurrió en un túnel, situación que me hubiera sumido en el pánico a los diez o doce años, cuando todavía estaba fresco el recuerdo de una película como Daylight – Infierno en el túnel. En realidad no tengo claro si el problema es que ya pasó demasiado tiempo desde que vi esa película o si ya nada me golpea tanto como antes. Sí se disparó una especie de pánico potencial: mientras veía pasar a toda velocidad la suerte de vereda que se levanta a ambos lados, me imaginaba a alguien que decidiera emprender el trayecto a pie, en un túnel desolado, y de pronto se quedara sin energías o le agarrara sed o simplemente se volviera loco por la enorme distancia a recorrer. Pero el pánico siempre es potencial, un juego de la imaginación.

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Sobre la actividad especial a la que asistí, una charla sobre archivismo y preservación en el nordeste argentino: eran dos correntinos y una correntina. Uno de ellos trabaja en el Museo del Cine, los otros hacen trabajo ocasional como voluntarios. La habitación era cuadrada y la mesa de ellos, redonda. Nos acercamos lo más posible a la mesa porque al principio éramos muy pocos en la charla, pero con el correr de los minutos se fueron sumando más personas. Ellos hablaron del origen de su proyecto (a pulmón), el interés del Museo del Cine por su labor y la importancia de recuperar material de archivo de distintos puntos del país, con fines más educativos que específicamente cinematográficos. Por ahora el Estado no les presta demasiada atención; con suerte les dan un Mecenazgo con el que logran armar un sitio web. En un momento, uno dijo que un trabajo de recuperación de un corto de veinte minutos cuesta la décima parte que un corto de Historias breves, y me pareció que casi dice algo en la línea de “más valdría gastar dinero en eso que en más cortos desastrosos de HB”, pero se contuvo. Después pasaron un compilado del material con el que vienen trabajando. Muchas preguntas, mucho intercambio con los asistentes y muchos incidentes, porque al principio los expositores se negaban a usar el micrófono y además hablaban muy bajito.

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Casi no pasa nada antes de las cinco de la tarde. Se respetan religiosamente el almuerzo y el descanso posterior. A partir de la tardecita es cuando se pone más movido. El clima acompaña: a la noche no corre una gota de aire y los mosquitos reinan, al mediodía directamente es imposible respirar. Hay algo relajado que me gusta. Están todos en remera y sonrientes, como de vacaciones. Me quedé un rato largo mirando a un tipo que vende plantas en una feria; se parecía a Santiago Loza.

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Después de las primeras cervezas y una charla con Luis Franc, fui a ver mi primera película. La historia de una madre y una hija que investigan ovnis en Entre Ríos parece ser más que suficiente para generar cierto brillo en el contexto del cine argentino. Luminum tiene algo ligeramente irreal, mágico, aunque los personajes son reales y el director, Maximiliano Schonfeld, logra capturar diálogos de una ternura cotidiana. Pero toma la decisión de introducir un relato ficcional, explícitamente fantástico, que agrega una nueva capa de lectura, más que borronear y confundir la anterior. Las protagonistas de la película tienen algo curioso —por empezar, un museo ovni—, y Schonfeld las observa con atención, intenta comprenderlas. ¿Por qué cazan ovnis? ¿Cómo es la relación entre ellas? ¿Cómo es su día a día? 

Al final de la película, hubo una charla con el equipo de la película y una de las protagonistas contó su primera experiencia ovni, el 18 de agosto de 1968 en Caleta Olivia. ¿Realmente habrá sido como la cuenta? Se supone que toda la ciudad vio el ovni, que estuvo detenido un par de minutos sobre el techo de su casa hasta que estalló en montones de ovnis pequeñitos que se desparramaron por el cielo patagónico. Misterio total. A partir de ahí, se obsesionó con el tema. Como las señoras con los casinos, supongo. En un momento habla en modo talking head sobre la otra protagonista, su hija y eterna acompañante en la caza ovni, y se pone a llorar. Dice que es la mejor persona que conoció en su vida.

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En los lugares con río la ciudad simplemente acompaña. Es el agua la que define y organiza el paisaje terrestre. Frente al hotel en el que estoy está el río; la ventana de mi habitación da al lado opuesto, pero desde ahí también se ve. Imagino que debe haber una explicación sensata, el hotel debe estar en una pancita, una especie de península que hace que todo esté rodeado de agua. Pero me gusta más pensar que el agua lo está devorando todo, o que hay una especie de funcionamiento erróneo en el sistema operativo de Paraná. Sea como sea, me siento rodeado.

Luminum (Schonfeld)

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En una charla nocturna con Edu me enteré que en el túnel entre Santa Fe y Paraná hay tramos en los que no corre aire, no hay oxígeno. Doblemente irrespirable. Tenía razón en temerle a ese túnel oscuro y larguísimo que no se puede atravesar ni en bicicleta ni a pie.

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La otra película que vi anoche es A Night of Knowing Nothing, de una tal Payal Kapadia, que hasta donde sé no es nada de Asif Kapadia, el tipo que hizo ese documental sobre Maradona. La función empezó a sala llena, a diferencia de Luminum (aunque la otra sala era mucho más grande), y, también a diferencia de Luminum, poco a poco se vació. La película arranca con una potencia que se va desarmando. La potencia reside en el clima opresivo y la composición de planos misteriosos, inesperados respecto de aquello que se está señalando desde el relato epistolar. Pero de a poco empiezan a aparecer varios problemas. Por un lado, el señalamiento explícito (fotos, nombres escritos) de referencias cinematográficas típicas que, si bien pueden ser leídas sencillamente como parte de los intereses de la protagonista, a la vez parecen ser una influencia real en la construcción de la película. (Una película influenciada por Tarkovski con el nombre de Tarkovski escrito por todas partes no es una buena idea). Por otro lado, el desequilibrio entre pasajes de gran intensidad visual, con una narración construida mayormente desde esas imágenes sugerentes, y largas peroratas que señalan las problemáticas sociopolíticas de la India, que dan como resultado, más que una estructura caótica, la sensación de desestructura. Cuando funciona, esa organización mayormente sensorial del material cinematográfico puede ser reveladora. Muchas veces, sin embargo, la impresión es que las cosas podrían ser así o de otra manera, y todo daría más o menos igual. En A Night of Knowing Nothing, el problema en verdad es más de base: el propio material es dispar, como si convivieran dos películas en una. Solo un genio podría construir ritmo ahí.

En la sala también convivían dos mundos: los que se fueron retirando, con más o menos vergüenza, durante el transcurso de la proyección, y un puñado de personas ubicadas en las primeras filas, que palmearon con ganas cuando se terminó la película.

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Marcos se retrasó porque el micro en el que viajaba tuvo un incidente. Estuvo cuatro horas varado en medio de la ruta. Dice Caro que estaba sin señal: sospechamos que pudo haberse quedado varado en el túnel. En Daylight, la película con Stallone, el túnel se incendia e inunda, todo a la vez, pero no se genera un equilibrio entre las dos cosas. Al contrario, el caos es mucho mayor: hay gente que se ahoga y gente que se prende fuego.

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Hoy es día de expedición y tengo miedo de insolarme. Dicen que hay que llevar gorro y protector solar. Por suerte en el festival nos dieron una gorra (una especie de símbolo paranaense, imagino, considerando que el sol raja la tierra y no hay tantos árboles). Me desperté solo a las seis y media, eso significa que dormí cuatro horas y que es posible que me quede dormido en plena excursión, con altos riesgos de que me devore algún animal silvestre. Por suerte la fauna autóctona de Entre Ríos consiste mayormente en carpinchos y surubíes.

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En la isla había tres personas: dos hombres ancianos tomando mate en unos banquitos y Dante, nuestro guía. Antes de empezar nos habían informado que iba a haber más mosquitos al comienzo y al final del recorrido (de unos 400 metros), pero no tantos en el medio. Para mí no hubo gran diferencia; el infierno verde tiende a ser democrático. También dijeron que el Islote Curupí es un islote artificial y que para formarlo hundieron un barco en medio del río, para que a su alrededor se pudiera formar el pequeño terreno. Me pareció tan delirante que sospeché que por ahí había escuchado mal, pero no me animé a preguntar.

Dante nos habló del timbó blanco, un árbol venerado por los chanaes porque sus ramas tienen efectos alucinógenos. Aprovechó para explicarnos el origen de un ruido seco, como algo que golpeaba contra el agua, que acabábamos de escuchar. Entre los cuidadores de la isla se dice que uno de los timbó blancos está protegido por el espíritu de los chanaes: cada tanto, un pájaro que se posa en sus ramas cae seco, como fulminado por un rayo. No pasa siempre, pero tampoco pasa en otros árboles; solo en ese timbó blanco, el más grande, uno que está casi en el medio de la isla y que desde el camino de madera se ve con claridad. Apuramos el paso. Luego supimos de la morera, un árbol que mata a todos los demás, y por lo tanto tienen que controlarlo para que no se expanda por la isla. El final del recorrido era un páramo desolado, con huellas de víboras y lagartos overos, pero ni un animal a la vista.

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A eso de las siete de la tarde, o un poco después, arranqué para el centro donde se estaba haciendo el festival para ir a ver la película elegida: un documental centroafricano. ¡Nosotros, estudiantes! es, como imaginaba, una película más bien accesible. El debutante Rafiki Fariala sigue a tres amigos suyos de toda la vida en sus recorridos académicos. El estudio, la tensión de los exámenes y los éxitos y fracasos compartidos se mezclan con otras situaciones de la vida cotidiana: el trabajo, las parejas, las amistades, la paternidad de uno de ellos. La película hace acordar a los grandes clásicos de Jean Rouch, en el sentido de que intenta funcionar como una foto de un momento de la vida de sus personajes, enfocándose en las dificultades de ser joven en África, sin golpes bajos ni patetismos. La diferencia es que los mecanismos de Rouch son bastante más sofisticados, jugando con las posibilidades de la ficción en una expansión del concepto de cine documental muy típica del modernismo de los 60. La película de Fariala apunta a una suerte de cine antropológico más estándar, aunque acepta poner en tensión de forma explícita el vínculo entre cineasta y protagonistas (cuando Rouch se acercaba a ese terreno había una dificultad extra: era un cineasta de la Francia colonialista que formaba parte de los grandes debates cinematográficos de su época, en diálogo con jóvenes del norte de África colonizado). Voy a dejar para otro momento lo dudoso de comparar películas de distintos países africanos, algo que sería raro de hacer con otros continentes. Pero es un hecho que el cine de África se desarrolló tardíamente, y es probable que el impacto de Rouch, quien filmaba en países de la zona norte del continente, como Nigeria y Costa de Marfil, haya tenido un impacto también en otros países.

A diferencia de la proyección de A Night of Knowing Nothing, en la misma sala y en el mismo horario la noche anterior, esta vez casi nadie se retiró anticipadamente. Desde ya, esto no habla de la calidad de la película, pero sí, tal vez, de su carácter más amable. Más tarde, Edu me contó que en República Centroafricana Fariala es una especie de estrella pop, muy famoso, y que estaba muy contento de que su película se proyectara en un lugar tan remoto para él como Paraná, Entre Ríos, Argentina.

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A las doce empezó Nazareno Cruz y el lobo, en el patio, mientras la gente bebía y charlaba. Se veía bien, aunque no tanto como Tiempo de revancha la noche anterior. No me pidieron que la presentara. Vi los primeros quince minutos, hasta la parte en que aparece Griselda, el niño Marcelo Marcote dice sus frases célebres y hay un éxtasis de fuego y goce entre Griselda y Nazareno. Pensé en vos. 

El resto de la noche está desdibujada. La siento marcada por la amnesia, calculo que por la mezcla entre sueño y alcohol. Recuerdo vagamente que caminé hasta el hotel, intenté tomar algo más en el bar (pero ya estaba cerrado), subí a la habitación y me acosté. También que, mientras perdía el tiempo con el celular, en determinado momento entró a la habitación mi compañero, y me hice el dormido, porque estaba demasiado cansado como para entablar una conversación nocturna. Volví a pensar en vos.

Foto: FICER

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