¿Las cámaras del amo nunca desmontan la casa del amo?

El 20 de marzo, a nueve días de su internación en el Hospital Ramos Mejía, Pablo Grillo abrió los ojos y saludó a su viejo. Había pasado más de una semana en silencio, desde que un proyectil de gas lacrimógeno disparado por la policía lo golpeó en la cabeza durante la represión a la protesta de jubilados frente al Congreso. Los primeros signos de su posible recuperación conmovieron a una comunidad en vilo que sin embargo no se quedó quieta: colmó los pasillos del hospital para donarle sangre, aportó videos y fotografías para reconstruir el crimen y difundió el resultado de la reconstrucción que produjo el Mapa de la Policía, una red de cuidados ciudadana contra la violencia policial de la Ciudad de Buenos Aires. 

En rigor, se trata de dos reconstrucciones, dos videos que articulan saberes interdisciplinares con tanta claridad como rigor metodológico, y que se viralizaron en segundos. Entre análisis de peritos, imágenes de fotorreporteros y grabaciones espontáneas de los propios manifestantes destacan dos videos grabados por drones, uno de A24 y otro de TN, que permiten ver al tirador en el instante en el que lanza el tubo de gas lacrimógeno. Las imágenes revelan la identidad del responsable pero también evidencian la sistematicidad con la que los efectivos disparan de modo horizontal, incumpliendo normas internacionales, y desmienten la narrativa de Patricia Bullrich, que declaró que el proyectil había rebotado en una barricada con fuego. 

Imagen del drone que capturó el momento del disparo a Pablo Grillo

Mientras miraba una y otra vez las reconstrucciones del crimen, pensaba en una discusión que se dio hace dos años en la revista Con los ojos abiertos. Ahí Tomás Guarnaccia escribía sobre Sean eternxs, de Raúl Perrone, y criticaba, en una película que por lo demás le había parecido impecable, un conjunto de planos registrados con drones, que le hacían recordar el imaginario de la vigilancia. Hecha la crítica, hecha la batalla. Alcanza con entrar a la sección de comentarios para leer un intercambio extenso donde Oscar Cuervo, Fernando Varea y un semi anónimo Juan discuten si tiene o no sentido decir que el plano aéreo es un punto de vista policial. Contextualicemos la escena. Un grupo de pibes que descansan, entre risas y música, escuchan una explosión cercana, sin saber de dónde viene ni qué la origina. Guarnaccia respondía, entonces, que la clave estaba en la amenaza de una posible persecución: “por ese estallido, la corrida que le sigue y la inclusión abrupta de ese dispositivo de registro es que se me dispara en la mente el imaginario de vigilancia”. 

Más allá de que una corrida o persecución grabada con drones remita o no a las imágenes de la policía, me pregunto por el carácter contextual de las valoraciones y caracterizaciones de ciertos dispositivos, de ciertas estéticas, que circulan con una carga de sentido que se va modulando según el momento histórico, las lecturas o interpretaciones y los modos de recepción. ¿Es posible que un trabajo como el del Mapa de la Policía invierta el signo de una imagen, en este caso capturada por un canal informativo tradicionalmente ligado a la derecha y el conservadurismo como TN, y la vuelva de contrainteligencia? ¿Es posible transformar una imagen policial en una imagen de barricada? En una de las reconstrucciones del Mapa, una voz de mujer dice: “Queda demostrada la potencia de lo colectivo en la construcción de la verdad histórica. Las mentiras del poder se desmoronan cuando la ciudadanía se activa”. Casualmente, dos días después de la protesta el Gobierno formalizó la creación de dos zonas prohibidas para drones: una sobre la Casa Rosada y otra sobre la residencia presidencial de Olivos. ¿Cuáles son los alcances significantes de los dispositivos de registro?

La relación entre drones, poder y vigilancia es compleja. Sin ir más lejos, ¿a alguien le sorprende que el origen del drone sea bélico? Miguel Ángel Gutiérrez lo reconstruye muy bien en “El ojo mecánico no tiene párpados”: la toma aérea nació con palomas, saltó a los aviones de guerra con su reconocimiento aéreo del terreno enemigo y terminó en el “ojo devenido arma” que conocemos hoy. Aviones espía telecomandados que llevan misiles, cámaras de vigilancia que surcan el cielo. Así y todo, Gutiérrez retoma a Didi-Huberman y se pregunta de qué manera “las imágenes, no importa cuán terrible sea la violencia que las instrumentalice, no están totalmente del lado del enemigo”. 

Para responderse busca ejemplos en el cine: películas donde el drone está al servicio de la curiosidad y la exploración, donde da cuenta del deshielo de los icebergs por la catástrofe ambiental o se inmiscuye en territorios inaccesibles para un ser humano. En una de las películas, Les Misérables (2019) del francés Ladj Ly, un niño graba un episodio de violencia policial. “Buzz invierte la mirada del drone y vigila a los vigilantes con su propia herramienta y transforma por completo el campo de poder del barrio. Una de las virtudes que se dicen del drone es que democratizó la toma aérea cinematográfica”, escribe entonces Gutiérrez.

Les Misérables (Ly, 2019)

Leo su ensayo y me quedo con la sensación de que la única alternativa para disputar el sentido de la imagen del drone la encuentra en el cine. Pero la disputa no es solo cinematográfica. ¿Qué pasa con el periodismo, o con el trabajo colectivo de registro de un acontecimiento sin fines estéticos, destinado solo a la intervención y la contrainformación? En el video del Mapa de la policía, materiales de distintos orígenes —informales, periodísticos y televisivos— se articulan como un mosaico donde las piezas componen una figura superadora. El sentido, la verdad del acontecimiento se declina de la totalidad de las imágenes producidas y montadas con la voluntad de entender

En una nota de Página/12 Julián Axat arriesga que quizás por eso le dispararon a Pablo Grillo, porque su cámara podía dar testimonio, porque su punto de vista era una amenaza. Hablamos de un trabajador y militante popular de 34 años, un aficionado a la fotografía que suele acercarse a las movilizaciones con su cámara, un ex alumno de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA). No sería el primer ataque a la libertad de prensa de este gobierno (aunque sí uno de los más brutales), después del cierre de Télam, el plan de incluir un botón para silenciar periodistas en las conferencias de prensa, las restricciones a los reporteros gráficos en el Congreso y la Casa Rosada y las agresiones directas al periodismo desde el Poder Ejecutivo Nacional: según el Monitoreo de Libertad de Expresión de FOPEA, en el tiempo que llevan de gestión, 4 de cada 10 agresiones a la prensa tuvieron como protagonistas al presidente Javier Milei o a sus ministros. 

Miro de nuevo la grabación del drone, el proyectil directo a la cabeza, la imagen que desmiente, la imagen que denuncia, y recuerdo a Benjamin en las Tesis sobre filosofía de la historia:

La verdadera imagen del pasado se desliza veloz. Al pasado solo puede detenérsele como una imagen que, en el instante en que se da a conocer, lanza una ráfaga de luz que nunca más se verá (…) Articular históricamente lo pasado no significa “conocerlo como verdaderamente ha sido”. Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como relampaguea en el instante de un peligro. El peligro amenaza tanto a la existencia de la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la clase dominante.

El drone puede ser un instrumento de la clase dominante, un artefacto con fines de control. Pero la imagen del drone en la movilización del miércoles relampaguea en el instante de un peligro y lanza una ráfaga de luz que detiene el pasado. Ahí el ojo de montajistas es un ojo de detectives que rastrean la huella de una violencia. Es una forma de apropiación desde abajo de un destello de sentido oculto en el asedio cotidiano de imágenes que aturden. Acaso nos corresponda el sabotaje de los dispositivos históricamente asociados con lo estatal, lo institucional, lo policial, lo represivo. No solo hacen falta drones díscolos, sino también ladrones de imágenes ajenas, terroristas que atenten contra las cámaras del poder. 

¡No pasarán! ¡Justicia por Pablo Grillo! ¡Ojos aéreos del mundo, uníos!

Pablo Grillo tomando una foto momentos antes del disparo
Foto: Leandro Teysseire


Milagros Porta nació en Buenos Aires en 2002. Estudia la Licenciatura en Artes de la Escritura (UNA) y es editora en Taipei. Fue seleccionada en dos ocasiones por la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires, en las categorías de relato breve y novela. En 2022 publicó el libro de cuentos Aguamala (Hexágono Editoras) e integró las antologías de narradores jóvenes Los amigos difíciles (Nomen Nescio) y Tan diversa (Mardulce). En 2023 coeditó el libro Mumblecore. Exploraciones sobre el cine independiente norteamericano (Taipei Libros).


Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *