En julio de 1966, J. G. Ballard fue invitado a escribir el editorial del número 164 de la revista New Worlds. Se trata de un texto, breve y significativo, sobre La Jetée, el clásico de Chris Marker de 1962, cuyo estreno en el Reino Unido ocurrió recién en marzo del 66. El trabajo en torno a la memoria y los universos extrañados conecta a la película de Marker con la obra del escritor británico. Esta es, hasta donde sabemos, su primera traducción al español.(1)
Traducción: Álvaro Bretal
Esta película extraña y poética, una fusión de ciencia ficción, fábula psicológica y fotomontaje, crea, a su modo particular, una serie de imágenes bizarras de los paisajes interiores del tiempo. Por fuera de una breve secuencia de tres segundos —la sonrisa vacilante de una joven, un momento de extraordinaria intensidad, como un fragmento del sueño de un niño—, el film de treinta minutos está compuesto íntegramente por fotografías fijas. Sin embargo, esta sucesión de imágenes desconectadas proyecta de forma perfecta las memorias y movimientos cuantificados a través del tiempo que son el tema principal de la película.
El muelle del título es la principal plataforma de observación del Aeropuerto de París-Orly. El largo malecón alcanza, a través del hormigón, una tierra de nadie, el punto de partida hacia otros mundos. Aviones gigantes descansan en la plataforma al lado del muelle, claves metálicas cuya aerodinámica es un código para su viaje a través del tiempo. La luz es polvorienta. Los espectadores en la plataforma de observación parecen maniquíes. El héroe es un niño pequeño que visita el aeropuerto junto a sus padres. De pronto, hay un destello fragmentario de un hombre cayendo. Ocurrió un accidente, pero mientras todos corren hacia el hombre muerto, el niño observa el rostro de una mujer joven al lado de los carriles. Algo en este rostro, su expresión de ansiedad, culpa y alivio, y sobre todo la relación, obvia pero apenas sugerida, de la mujer joven con el hombre muerto, crea una imagen extraordinariamente poderosa en la mente del niño.
Años después, estalla la Tercera Guerra Mundial. París queda casi destrozada por un inmenso holocausto. Un par de sobrevivientes viven en las galerías circulares debajo del Palais de Chaillot, como ratas en una especie de laberinto experimental abandonado, curvado fuera de su tiempo real. Los vencedores, identificables por los extraños parches oculares que usan, comienzan a conducir una serie de experimentos con los sobrevivientes —entre ellos el héroe, ahora un hombre de unos treinta años. Enfrentados con un mundo destruido, los experimentadores esperan lograr que un hombre viaje en el tiempo. Eligen al joven por el poderoso recuerdo que arrastra del muelle de París-Orly. Con un poco de suerte va a poder regresar a ese momento. Otros voluntarios enloquecieron, pero la extraordinaria fuerza de su memoria lo devuelve a la París de preguerra. Esta secuencia de imágenes es la más destacable del film, el sujeto recostado en una hamaca en el corredor subterráneo, como si esperara la salida de algún sol interior, con una bizarra máscara quirúrgica sobre sus ojos —en mi experiencia, el único viaje en el tiempo convincente de toda la ciencia ficción.
Cuando llega a París, deambula entre las multitudes extrañas, incapaz de hacer contacto con nadie hasta que encuentra a la mujer joven que había visto de niño en el Aeropuerto de París-Orly. Se enamoran, pero la relación está dañada por su sensación de estar aislado en el tiempo, la conciencia de que cometió alguna especie de crimen psicológico al perseguir este recuerdo. Como si intentara ubicarse a sí mismo en el tiempo, lleva a la mujer a museos de paleontología, y pasan los días entre fósiles de plantas y animales. Visitan el Aeropuerto de París-Orly, donde él decide que no va a regresar con los experimentadores de Chaillot. En este momento aparecen tres figuras extrañas. Agentes de un futuro aún más distante, que están controlando los caminos del tiempo y vinieron para obligarlo a regresar. En lugar de abandonar a la mujer, se tira del muelle. El cuerpo que cae es el mismo que él había visto de niño.
Este tema recurrente es tratado con una imaginación y finura destacables; los símbolos y perspectivas continuamente refuerzan el tema principal. Ni una vez hace uso de las convenciones de la ciencia ficción tradicional. Creando desde cero sus propias convenciones, triunfa allí donde la ciencia ficción invariablemente falla.
Notas
1 Aquí se puede leer la versión original transcripta, y también un escaneo de las páginas de la revista New Worlds.