Superchería

Levantarse, desayunar, tomar el colectivo, ir a trabajar, cobrar un sueldo y reanudar otra secuencia de lunes, martes, miércoles, jueves y viernes para caminar sin llegar a la esquina y recordar que el dinero es un hecho vivo: está ahí. Planear el asalto a un banco y tomar todo lo que se pueda. Estafar a una empresa después de diez años de laburo. Juntar una suma importante que permita no volver a trabajar nunca más (jamás, es decir, ningún día, en ningún momento) y esconder la plata bajo una piedra recóndita en las sierras cordobesas. Soñar. Viajar mentalmente y sonreír por un rato. Vivir en el dulce anhelo. 

El dinero está vivo en la calle y también en las películas. Desde Apenas un delincuente y Asalto en la ciudad hasta Mauro, La odisea de los giles, Cambio cambio o Los delincuentes, los billetes protagonizan fantasías inocentes o criminales dentro del cine nacional. Con una fuerza viva y constante, es común encontrar al dólar, particularmente, moldeando las acciones y pensamientos de diversos personajes. Usualmente es un símbolo de aspiración socioeconómica o la herramienta perfecta para darle la vuelta a las formas legales del sistema.

La novia de Frankenstein

Cuesta pensar en ficciones que fluyan por encima de la economía argentina, es decir, con pero no únicamente por ella, impulsadas pero no tiranizadas por su potencia invisible. La trilogía de cortometrajes de Francisco Lezama, compuesta por La novia de Frankenstein (2015), Dear Renzo (2016) ─ambos codirigidos con Agostina Gálvez─ y Un movimiento extraño (2024), oscila en un péndulo de lado a lado en micromundos de repeticiones y alternativas ingeniosas. Da vueltas por el aire y navega sigilosamente en el intercambio natural de los protagonistas, que componen relaciones triangulares enlazadas y desenlazadas sin llegar a una posición definitiva.

Ivana cambia un fajo de dólares en una cancha de fútbol. En Nueva York, una chica corta las etiquetas de un jean que venderá al doble en Buenos Aires mientras plancha billetes de veinte que bailan al ritmo del beat hasta volarse por la habitación. Un joven que trabaja de arbolito en la calle Florida hace entregas a domicilio a clientas con las que ocasionalmente tiene sexo. El cambio va y viene sin ser los personajes los que precisamente giran a su alrededor. La realidad de la crisis cambiaria los envuelve y los hunde en la creencia de que pueden alterar su suerte o destino, ya sea por el resultado de una superstición como por una repentina subida cambiaria. Propensos a la interpretación no racional de los acontecimientos y la creencia en su carácter sobrenatural, a los personajes de Lezama los rige la superchería. 

La novia de Frankenstein 

El verano en la ciudad está doblemente vacío: no queda nadie y hay poco para hacer. Quizás por eso Ivana se expresa con mentiras continuas mientras trabaja para una agencia de alquiler temporario de propiedades. En una seguidilla de check-ins en casas de Barrio Parque, la joven cambia dólares a turistas, le da indicaciones a su compañero de trabajo, Renzo, y nada en la pileta antes de que lleguen los nuevos huéspedes. Flotando en el aire pasivamente, las mentiras de Ivana, al principio, parecen seguras y manejables. Su habilidad para racionalizarlas y justificarlas le otorga una apariencia de estabilidad, conectándola con su vida diaria y creando redes de complicidad que las protegen. Si bien esta fragilidad interna acumulada se quiebra al final del cortometraje, ni el ambiente sonoro ni los planos cerrados de la protagonista denotan preocupación ni advierten un cambio. ¿Algo llegará a estallar? Entre decorados y mundos cerrados, la manifestación de un esoterismo extravagante no rescata a Ivana del sofoco, pero da cuenta de que no todo eran mentiras ilusorias. 

La novia de Frankenstein

Dear Renzo

Reunidos por casualidad, tres jóvenes argentinos deambulan por las calles de Nueva York en un laberinto de cambio de dinero, malentendidos lingüísticos, favores por favores y coqueteos nocturnos. Renzo alquila un departamento; Ivana se gana la vida vendiendo ropa que compra en el exterior; y Mariana, a quien se introduce cuando roba las propinas de mesas vacías de cafés, en una serie de planos rápidos acompañados por El arte de la fuga de Bach, se hace pasar por Renzo para conseguir una carta de recomendación para una solicitud universitaria. Los desencadenantes, en un primer momento, parecen una fatalidad tragicómica. La inteligencia del director consiste no en postergarlos, sino en atenuarlos hasta que pasen por inadvertidos y permitan la aparición de otros imprevistos. Los personajes eluden cualquier resolución concreta: pierden el pasaporte, no tienen plata en la cuenta bancaria y entienden poco inglés, pero nada termina pareciéndoles un inconveniente, así como paulatinamente les deja de importar el lugar por el que deambulan. A Renzo y Mariana los une un intercambio no de dinero sino de compromisos. Es lo único que los mueve de principio a fin, enredados en la suspensión ¿arbitraria? del péndulo, aquel que, una vez presentado, comienza a actuar y combinar todas las tarjetas originalmente dispersas en el guion.

Un movimiento extraño

No hay casualidades, mentiras o golpes de suerte, apenas una intuición que detona una serie de circunstancias y encuentros dentro de Un movimiento extraño. Lucrecia, una guardia de seguridad, prevé equivocadamente un robo en el museo donde trabaja; anticipa, también, una corrida bancaria y hace que la despidan para cobrar la indemnización y cambiar los pesos antes de la supuesta suba repentina del dólar. El péndulo que improvisa con un saquito de té no augura estabilidad ni buenos porvenires, y, pese a relacionarse con los efectos en la economía, no actúa de principio a fin sobre la realidad de los personajes ni sobre su fragilidad. En un ambiente entre el misterio y la seducción, la economía devaluada no es noticia; tampoco lo es la práctica informal de compra y venta de dólares. Lucrecia empieza a salir con un arbolito. Él cambia para vivir; ella, para (re) ganar. El hecho de cambiar pesos está tan naturalizado que el fenómeno de la devaluación se distancia de sus consecuencias. En ese sentido, el cortometraje da cuenta no tanto de la coyuntura  ─por fuera de la corrida cambiaria─ como de los trabajos inestables y la mutación paulatina de unos vínculos humanos parcialmente desafectados. El uso del fuera de campo contribuye al clima de inestabilidad latente, aunque encubierta, que se presenta de manera parcial y permite intuir las necesidades de los personajes, envueltos en el submundo sobrenatural de las leyes del mercado. En los últimos minutos de la película, el personaje de Paco Gorriz cambia cincuenta y tres mil pesos en el departamento de una clienta. Sin identidad, futuro o expectativas, cruza la calle bajo el sol del atardecer. Otro día de trabajo y una nueva secuencia de lunes, martes y miércoles para volver a la misma esquina y recordar que el dinero siempre está vivo, incluso cuando nosotros no.

Un movimiento extraño

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