El cine argentino se fue sin decir adiós — Prólogo

En la década de 1980, Abel Posadas era un autor secreto para la mayoría de quienes nos iniciábamos en la escritura sobre cine. Recuerdo a Héctor Vena, filmólogo y socio de Salvador Sammaritano en el Cineclub Núcleo, leyendo el libro de Gustavo Cabrera sobre Hugo del Carril, y mascullando: “Este tipo se la pasa citando a un tal Abel Posadas. ¿Quién es Abel Posadas?”. Yo no podía contestarle. Conocía más o menos bien la obra de los historiadores canónicos, como Domingo Di Núbila o Jorge Miguel Couselo, y el trabajo de autores recurrentes en el periodismo gráfico de esos años, como Jorge Carnevale, Claudio España, Ángel Faretta, Ricardo García Oliveri, Jorge Abel Martín, Luciano Monteagudo, Paraná Sendrós, Moira Soto, Rodrigo Tarruella o Aníbal Vinelli. Estaba incluso empezando a descubrir a las firmas influyentes del pasado aún reciente, como Edgardo Cozarinsky, Agustín Mahieu o Tomás Eloy Martínez. En mi universo personal, además, los sobrevolaba a todos desde siempre Homero Alsina Thevenet porque con sus libros yo había aprendido, en mi infancia, a leer la letra de imprenta minúscula. Pero en esas diversas zonas no había ningún Abel Posadas.

Hacia 1990 encontré en una librería de viejo una pequeña colección del suplemento de cine de la revista El Hogar, publicado entre 1955 y 1956, donde un tal Abel Posadas escribía unas notas rarísimas, con una alegre vocación destructiva que no sintonizaba con ningún contemporáneo suyo. “Debe ser este”, pensé. Después supe que, aunque había un parentesco y cierta común vocación de enfant terrible, aquel Abel Posadas no era el Abel Posadas que citaba Cabrera. La cosa se complicaba.

Finalmente llegué a los textos del Abel Posadas que nos importa gracias a mi amigo, el cineclubista todoterreno Octavio Fabiano, que un día me dijo, con su clásica severidad bonachona: “Peña: usted es tonto; tiene que leer a Abel Posadas”. Y de inmediato me alcanzó varios ejemplares de la revista Crear, que yo desconocía magníficamente. Y la desconocía porque en ese entonces un joven de familia gorila, que frecuentaba a veteranos amigos gorilas (Alsina, Martínez Suárez) y que empezaba a asomarse a la izquierda —también gorila— no corría el menor riesgo de que le señalaran una revista cultural peronista. En la UBA se nos invitaba a leer Punto de Vista para ejemplificar la resistencia cultural en dictadura pero nunca jamás Crear, que era como un anatema. Dicho sea de paso, así supe que Octavio era peronista, y yo lo quería tanto que empecé a pensar que si tipos como él eran peronistas, a lo mejor era necesario empezar a cuestionarse algunas cosas.

Los textos del auténtico Abel Posadas en Crear me deslumbraron. Se podía disentir con él en la narrativa fáctica de algunos hechos pero su abordaje crítico era personalísimo, original y estimulante. Para usar una frase de Alsina, era evidente que Abel Posadas pensaba solo, no estaba en ninguna troika, no le importaba quedar bien con nadie. Ese gesto insolente era —y sigue siendo— rarísimo en el panorama local de la escritura sobre cine, que suele ser casi municipal en sus consensos y camarillas. Pero había algo aún más interesante: en ese momento era raro encontrar un autor que se entusiasmara con el cine argentino con la misma intensidad que con el extranjero. Salvo Couselo, lo normal era una perspectiva que alternaba entre el ninguneo y la complacencia. Para Abel, en cambio, el cine argentino era —es— un asunto serio, que había logrado ser un fenómeno popular y masivo, y al que había que pensar desde sus especificidades. En plena dictadura nadie reivindicaba a Hugo del Carril como cineasta y nadie pensaba a Homero Manzi como el gran autor de cine que fue: ambos nombres sobrevivían en nuestra cultura recortados por sus respectivos aportes al tango, es decir, desideologizados. Abel les devolvió su carácter artístico problemático, complejo, sintonizado con una sensibilidad popular que en ellos supo ser cristalina y sofisticada al mismo tiempo. Igual operación, que implica el laborioso esfuerzo de reponer un contexto para cada tema elegido y agudizar la sensibilidad interpretativa, se encontrará en cada uno de los textos de este libro. También abunda el humor vitriólico, administrado por esa misteriosa primera persona del plural que es un rasgo determinante de su estilo y evoca la mirada zumbona de muchos polemistas del pasado. El lector no debe llamarse a engaño: a pesar de ese plural, de su homónimo remoto y de las muchas vidas que parece haber vivido, lo que caracteriza a Abel Posadas es su singularidad. De alguna manera, quizá empujado por los diversos contextos represivos que atravesó, Abel sobrevivió afirmándose laboriosamente dentro de sí mismo y prodigándose en el pensamiento y la escritura como disciplinas imprescindibles para conservar la lucidez.


El cine argentino se fue sin decir adiós, de Abel Posadas, se encuentra actualmente en preventa. Podés reservar ejemplares siguiendo este link.


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