Este fin de semana Taipei hace una escapada a Mar del Plata por la Feria Invierno. Aprovechando la ocasión, el Cineclub Los Inútiles invitó a Álvaro Bretal y Milagros Porta a presentar la película Whisper of the Heart. La dupla escribió entonces este texto a cuatro manos y cuatro párrafos para acompañar la proyección, a realizarse este viernes 20 a las 18:00 en el Espacio Cultural Teodoro Bronzini (Rivadavia 3422).
1. El año es 2015. Dimitri Somoguy recorta una escena de Whisper of the Heart, la repite en loop y empieza un stream de música hip-hop de estilo lofi. La escena: Shizuku Tsukishima estudia en el escritorio de su habitación. Tiene los auriculares puestos y varios libros extendidos bajo la luz de una lámpara blanca. Durante dos años, antes de que YouTube interrumpiera el stream por quejas del Estudio Ghibli y Somoguy abriera una convocatoria que ganaría Juan Pablo Machado con el diseño original de la chica que hoy conocemos como Lofi Girl, Shizuku Tsukishima supo entrar en la cultura popular como símbolo del estudio y la concentración. Porque puede que Whisper of the Heart no sea la película más conocida de Ghibli, pero millones de usuarios aprobaron materias, atravesaron extensas jornadas de trabajo y se recibieron de sus carreras con el loop de la protagonista de fondo. Este evento azaroso no es completamente casual: la película, un drama romántico que es también relato de iniciación, entiende el amor y el conocimiento como dupla indisociable. Conocer lo que se ama. Amar el conocimiento. Amarse conociendo.
2. Esto no significa que la película no deje un margen para lo incomprensible. El eterno Hayao Miyazaki, su guionista, y el director Yoshifumi Kondō —que trabajaba en Ghibli desde 1987 y no pudo continuar su carrera como realizador porque falleció de una disección aórtica en 1998— supieron jugar bien con las claves de la baja fantasía, que diferencia a Whisper of the Heart del grueso de la filmografía de Miyazaki y de Isao Takahata, figuras mayores de Ghibli, dedicados usualmente a construir universos irreales con reglas internas complejas. Así, los enigmas que envuelven a Shizuku durante la primera parte de la película son resultado de una imaginación prodigiosa, el tipo de creatividad que sugiere a los jóvenes sensibles que, en cada momento, una nueva maravilla puede cruzarlos a la vuelta de la esquina. El relato se ordena a medida que avanza, a diferencia de la vida de Shizuku, que se complejiza cuando sus fantasías solitarias mutan en problemas reales, concretos, en el encuentro con nuevas personas y dramas ajenos que introducen en su vida la historia del siglo XX. Un misterio, sin embargo, permanece: el gato gordo que, atravesando puntos distantes de la ciudad, le señala el camino del amor, la aventura y el autodescubrimiento. Pero es evidente que la llave que le permite a Shizuku desplegar ese camino es la cruza entre curiosidad y compasión que la obliga a seguir los pasos del gato, y que da lugar a una de las secuencias más bellas de la película, donde la ciudad descubre un sinfín de secretos que expresan y a la vez alimentan su imaginación. De ahí el título original de la película, más sutil que el título internacional, tan estándar, que impactó también en la traducción al español: Si escuchás con atención.





3. Porque la mirada encantada que modela su estar en el mundo tiene en la base una forma de fe: en el misterio, en la aventura, en la posibilidad del descubrimiento. ¿No es eso lo que nos cautiva en las películas de Ghibli, toda vez que nuestros modos de ver y habitar se ven sofocados y debilitados por unas condiciones de vida cada vez más precarias? Hay algo situacionista en su lanzarse a la deriva que desconfigura los itinerarios urbanos previstos y que a su vez es una excelente forma de narrar un coming-of-age atolondrado donde el futuro es tan incierto como las fachadas de la próxima calle a recorrer. Caminar, escribir, aprender no son para Shizuku meros métodos para crecer y convertirse en alguien: son modos de estar con los otros, en el entusiasmo de conocer —valga la insistencia— lo que el otro ama. Seguir el rastro de un gato callejero en busca de recovecos solo atendibles desde la perspectiva de un ser escurridizo de cuatro patas. Fascinarse con una escultura antigua de ojos brillantes en una casa de anticuario, lugar por excelencia de los vestigios olvidados en el frenesí de novedad constante del capitalismo. Traducir la letra de una canción y adaptar —desobedecer— la letra para que hable no de las rutas campestres sino de las rutas de concreto, que están tan llenas de sorpresa como un bosque o una selva para quien sepa mirarlas. Cantar esa canción junto a un grupo de desconocidos en una casa desconocida y, de pronto, intuir un sentido de comunidad.
4. Cada tanto se escucha una idea que le niega especificidad a la animación y la convierte en una suerte de variable dependiente de lo que hoy llamamos live-action: la de que su valor original residía en llevar a la pantalla imágenes que nunca podrían haber sido realizadas con la tecnología disponible durante las primeras décadas del cine. Pensamos en la animación y rápidamente se nos vienen a la cabeza perspectivas extravagantes, cuerpos demasiado dúctiles, paisajes imposibles. En Whisper of the Heart no hay mucho de eso, por fuera de las pocas escenas que representan el relato ficcional que escribe la protagonista, una historia de fantasía y aventuras sobre un barón felino con estética kitsch. A Kondō la animación no le interesa como herramienta capaz de deslumbrar con lo lejano, lo inverosímil, sino porque nos permite ver con nuevos ojos los lugares que habitamos cotidianamente. Así, la Tokio de Whisper of the Heart tiene un estilo específico, con sus recovecos nacidos de una hambrienta imaginación adolescente y sus amaneceres de acuarela, pero también nos remite a la Tokio que conocemos de otras películas. Se descubre, por ejemplo, la misma fascinación por las alturas irregulares de la ciudad que, unos años más tarde, revelaría el extranjero Hou Hsiao-hsien en su grandiosa Café Lumière, otro contrapunto en miniatura entre la belleza de interiores cálidos y reflexivos —una biblioteca en un caso, una librería en el otro— y los misterios de una ciudad que trama complots a nuestro favor. Cuando vemos a calles y caminos vibrar al ritmo apresurado de Shizuku, que siempre corre entusiasmada a alguna parte, enamorada sin saberlo del mundo que habita, recordamos una frase de Serge Daney en la famosa entrevista con Regis Debray, poco antes de su muerte: “Los adolescentes, los niños, tienen muchas maneras de escapar: en la fantasía, en la ciencia ficción, en un mundo mejor: las utopías. Nunca me interesó mucho porque no tengo imaginación. Siempre encuentro el mundo maravilloso, y me parece maravilloso haber podido habitarlo, al final, y sin perder demasiadas plumas, porque hice más o menos lo que quería. Pero la idea era: tendremos este mundo, pero al fin lo habitaremos”.
