En el nombre de Helena
En Rohmer es fundamental que el espectador vaya construyendo en su cabeza la forma de pensar y sentir de cada personaje, y que a partir de ello entienda de manera más acabada sus motivaciones y su accionar. Más arriesgado aun, lo excepcional no es solo sopesar su hondura, sino tratar de intuir en ellos una filosofía vital, un conjunto de “convicciones íntimas”, como dice Félicie, que los trascienden y organizan subrepticiamente la obra. Para entrar en el juego solo se pide una cosa: desembarazarse de esa idea superada de que lo dicho en los diálogos debilita la puesta en escena y estar abierto a la fascinante relación dialéctica entre lo que el plano no termina de mostrar y la palabra no termina de explicitar(...)