Roland, nacido en 1915 como Andrés José Rolando Fustiñana, fue uno de los críticos cinematográficos argentinos más destacados de su época. En 1950 fundó la revista pionera Gente de Cine, brazo crítico del cineclub del mismo nombre, fundado también por Roland ocho años antes. La tarea de Gente de Cine es esencial para comprender un nuevo período de la crítica cinematográfica; una etapa marcada por la cinefilia y el cineclubismo, en la que se comenzó a pensar el cine más allá de los confines de la taquilla y los vaivenes del star-system, y que también dio a luz a publicaciones como Tiempo de Cine (1960-1968, editada por otro cineclub: el Cine Club Núcleo) y Cine & Medios (1969-1971), entre otras de menor duración. Por estas y otras razones, es imposible soslayar su importancia. “Teniendo en cuenta el contexto histórico de la teoría del cine (…), la revista presenta en sus notas una excelente calidad informativa y elaboradas reflexiones sobre el cine como lenguaje y como arte”, dice Ezequiel Fernández en su análisis de la publicación para el libro Páginas de cine.
Sin embargo, la relación de Roland con la escritura sobre cine se remonta, como mínimo, a 1935, año en que entró a trabajar en el diario Crítica, donde se desempeñó hasta 1963. Fernando Martín Peña señala, en el libro Generaciones 60/90, que en una época en que la crítica, restringida a la sección de espectáculos o de cultura de los grandes diarios, consistía en poco más que reseñas y breves síntesis argumentales, autores como Roland o Calki (Raimundo Calcagno) “se destacaron por su erudición y su pasión cinéfila (…), verdaderos padres de la crítica cinematográfica como saber especializado y profesional”. Además de sus actividades críticas y periodísticas, de fundar y presidir la Cinemateca Argentina y de cofundar la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, Roland fue director del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken (1976-1981) y docente en el Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica (CERC), dependiente del Instituto Nacional de Cinematografía.
Esta nota, publicada en Crítica el 26 de diciembre de 1939, es un repaso de los estrenos argentinos de un año que, sabemos hoy, fue uno de los más importantes del período de oro del cine industrial(1). Roland pasa revista de las películas estrenadas, deteniéndose primero en las once que considera más relevantes, algunas de las cuales gozan, todavía hoy, de notoriedad (Prisioneros de la tierra, Así es la vida, Margarita, Armando y su padre, …Y mañana serán hombres, El viejo doctor y Alas de mi patria), mientras que otras, ya sea por desinterés o por la dificultad para acceder a ellas (no hablemos ya de verlas en buenas condiciones), han sido olvidadas; y desde ahí hace breves comentarios sobre las demás, en orden decreciente de interés. Es curioso, en este sentido, el lugar secundario otorgado tanto a Puerta cerrada de Luis Saslavsky, una película que hoy consideramos clave del período, como a los cinco films estrenados por Manuel Romero, quien además fue responsable del mayor éxito de taquilla del año: Divorcio en Montevideo, donde Niní Marshall vuelve a interpretar a su personaje Catita después del triunfo comercial de Mujeres que trabajan, su debut cinematográfico, ocurrido el año anterior. Como perspectiva de conjunto, el crítico sostiene una idea que se repite con frecuencia en diversas historias del cine posteriores, y que suele perderse en el presente gracias a la baja calidad de las copias que llegan a nuestros ojos: el problema central del cine argentino era de guiones, ya que nuestra industria se caracterizaba por su enorme nivel técnico.
En todo caso, y más allá de la coincidencia o divergencia entre la mirada de Roland y los gustos actuales de la crítica y la cinefilia —obviamente sujetos, como ya se dijo, a la disponibilidad de los films y la calidad de las copias—, vale la pena detenerse en el trabajo de alguien que alcanza a ver todos los estrenos de un año con la mirada de conjunto que una tarea así permite, y, fundamentalmente, en la oportunidad que nos ofrecen este tipo de textos para redescubrir ciertos films argentinos que, gracias a las tendencias contemporáneas, impregnadas casi siempre por los resabios de la “teoría del autor” —el lugar central otorgado a películas dirigidas por tal o cual realizador de renombre—, quedan ocultas en la niebla de la historia.
Introducción: Álvaro Bretal / Transcripción: Ale Tevez
Medio centenar de películas abarca la temporada cinematográfica argentina de 1939. Este aumento cuantitativo con respecto a los años anteriores puede ser considerado como un índice del poderío en latencia de nuestra industria y de la capacidad de rendimiento de quienes trabajan afanosamente, equivocados o no, por su engrandecimiento. Por otra parte existe, desconociendo momentáneamente los errores provenientes del mal criterio con que, en general se encara la producción de películas en nuestro país, una sostenida proporción cualitativa. Ha aumentado la cantidad, pero también la calidad ha mejorado. Hasta ahora, cada año debíamos esforzarnos por separar dos o tres títulos que, con un poco de buena voluntad, podrían reseñar lo mejor de la etapa cumplida. Hoy nos resulta fácil señalar cinco películas de calidad, con sólidos valores artísticos y cuidada factura cinematográfica, para representar la temporada que finaliza. Y aún podemos escoger otros cinco que entrañan esfuerzos nobles o trabajos homogéneos. 1939 ha sido un año de lucha recia. Fracasos artísticos y derrumbes comerciales han servido de toque de alarma. Ha llegado el momento de la selección natural. Pasará por el tamiz del éxito lo verdaderamente bueno, lo inspirado, lo que tenga calor de honestidad y lo que obedezca al sentido común. Lo demás morirá bajo el peso de la indiferencia del público, termómetro supremo.
No vamos a detallar los méritos logrados por el cine argentino en 1939, ni a puntualizar sus errores. No queremos tampoco insistir hoy sobre sus enormes posibilidades y la necesidad de encauzarlo hacia nuevos horizontes. Pero es obligación, reconocer que, ya sea por propio impulso o por azar de las circunstancias, nuestro séptimo arte se halla a la cabeza de la cinematografía de habla hispana y que esa posición privilegiada debe ser defendida a toda costa. Tenemos que hacer buenas películas. Tenemos que trabajar más a conciencia. Pensar más seriamente e improvisar menos.
El cine argentino posee una técnica casi perfecta. Fotografía y sonido han alcanzado una nitidez y claridad suficientes como para que ya no se establezcan comparaciones con el material extranjero. Los directores y los intérpretes cumplen sus tareas en forma entusiasta y animosa. El personal que colabora en los estudios actúa en forma disciplinada y revela capacidad. La falla grave está en los argumentos. 1939 demostró, en más de una oportunidad, que no bastan grandes nombres para imponer películas y que el público ya no pide, sino exige solidez argumental. Sin embargo los productores siguen descuidando un renglón tan importante, confiando en escritores poco menos que debutantes o rechazando la colaboración de quienes pueden inyectar humanidad y belleza al cine, influenciados por un temor un poco extraño e inexplicable.
Lo mejor del año
Una comedia fina, elegante, graciosa y original, Margarita, Armando y su padre, disputa la supremacía de un primer plano absoluto con una película diametralmente opuesta, Prisioneros de la tierra, drama recio, pintura de tierra adentro, vigorosamente trazado y mechado de estampas brutales en las que el realismo vence al clamor de justicia social. En la primera está la firma de un humorista delicado y agudo, Jardiel Poncela. En la segunda, Ulises Petit de Murat y Horacio Quiroga apuntalan, por medio de una inteligente adaptación, el nombre de Horacio Quiroga. Y en lucha pareja, por su neta filiación cinematográfica, su fuerte contenido humano, su realización noble y sus admirables notas de ambiente, tercia Y mañana serán hombres, película digna, de valores parejos. Francisco Mugica, Mario Soffici y Carlos Borcosque son, respectivamente, los directores de esos tres films.
También hubo una película dirigida al corazón: Así es la vida. Feliz amalgama de lo festivo con lo profundamente conmovedor, constituyó un magnífico mosaico de emociones. La reproducción de una época, realizada con verosimilitud y buen gusto, y la forma brillante de resolver situaciones de fuerte acento teatral, ratificaron la excelente impresión causada por Mugica en Margarita. Armando y su padre.
Por su equilibrio total y su sencillez narrativa puesta al servicio de una prédica sana merece elogios otro film de Soffici: El viejo doctor.
Borcosque debutó en nuestro medio con Alas de mi patria, otro de los valores firmes del año, por su impecable ritmo cinematográfico, por el esfuerzo que señala su tono evocativo y por la habilidad con que está desarrollado su demasiado simple y forzado argumento.
Moglia Barth aportó una comedia simpática, juvenil, fresca, de gracia amable y emoción discreta, a pesar de su tema ingenuo y sus diálogos vulgares: Doce mujeres. Y el mismo intento luego de una incursión al drama psicológico, con brochazos de ambiente, siguiendo un asunto recio, a veces lírico, de Samuel Eichelbaum: Una mujer de la calle.
Una obra de sabor local, un canto nativo de rica sugestión simbólica, El matrero, señaló un honroso esfuerzo de Orestes Caviglia dentro de una realización balbuceante, fuertemente teatral y con lagunas peligrosas en la narración. Y también vale la pena medir por lo que representa en intención la primera tentativa de cine histórico, Nuestra tierra de paz, evocación elemental con marcados altibajos, trabajosa y honrada.
Valores parciales
Manuel Romero, el fecundo realizador, dió al cine argentino el más grande éxito de boletería por medio de Divorcio en Montevideo, comedia movida, ágil, de gracia efectiva, elegantemente presentada, que contó con el apoyo decidido y entusiasta de todos los públicos. También Muchachas que estudian, inferior a aquélla, fué favorablemente recibida por los espectadores. La modelo y la estrella, La vida es un tango y Gente bien completan el plan de trabajo de Romero para 1939.
Saslavski(2) y De Zavalía, elementos jóvenes y bien dotados que anteriormente demostraron poseer una inquietud sabiamente orientada, no estuvieron este año a la altura de sus antecedentes. Saslavski puso todo su buen gusto plástico y su delicadeza de artista refinado al servicio de un melodrama desgarrador, Puerta cerrada, y acabó equivocándose al dirigir a Pepe Arias en El loco serenata. Alberto Zavalia logró tres actos de emoción y fuerza evocativa realizando una especie de fantasía biográfica, despareja y convencional, La vida de Carlos Gardel.
Un film agradable, vivaz, fluido, con algunos detalles originales en medio de un asunto muy explotado, sirvió de carta de presentación al despejado ingenio de Enrique Santos Discépolo, Cuatro corazones. También logró hacer pasar un rato amable Torres Ríos con El sobretodo de Céspedes. Luis César Amadori, por su parte, condujo a dos estrellas de primera magnitud: Libertad Lamarque y Luis Sandrini en Caminito de gloria y Palabra de honor, respectivamente, películas homogéneas de fácil asimilación, con recursos eficaces y realización correcta.
Los restantes
Cumplieron modestamente su propósito de entretener un rato con sus situaciones más o menos divertidas las películas: Mi suegra es una fiera, de Bayón Herrera; 24 horas en libertad, de Lucas Demare; La canción que tú cantabas, de Miguel Mileo; Cándida, de Bayón Herrera; Chimbela, de José A. Ferreyra; Los pagarés de Mendieta, de Torres Rios; Bartolo tenía una flauta, de Antonio Botta, y La mujer y el jockey, de José Suárez.
Vatteone condujo en forma digna pero muy insegura la inhábil adaptación de Giácomo; Isidoro Navarro manejó con esfuerzo, no siempre logrado, un tema simpático, con buenos exteriores serranos: Mandinga en la sierra; Elías Alippi luchó animosamente contra un argumento envejecido, ingenuo, convencional a ratos en Retazo; Adelqui Millar pulsó el ambiente local realizando en forma despareja Ambición; y los De Rosas buscaron en Atorrante, drama teatral de contenido humano, pero pesado y pretencioso, y en Nativa, película vulgar y pobre, una inútil rehabilitación para Frente a la vida, Y los sueños pasan y Hermanos.
Además de las tres películas nombradas en último término, la temporada cinematográfica argentina tuvo la deshonrosa carga de Intrusa, Oro entre barro, La modelo de la calle Florida, El gran camarada, Caras argentinas, Sombras de Buenos Aires, La hija del viejito guardafaro, Sombras en el río, La cieguita de la Avenida Alvear, Campeón por una mujer, películas de contenido primario, algunas de repudiable mal gusto o rematadamente tontas, y varias de leve atenuante.
Los intérpretes
Como todos los años, en 1939 surgieron varios nuevos valores. Roberto Airaldi se impuso como galán de voz cálida y buena presencia en ΕΙ viejo doctor, actuando luego en Una mujer de la calle y Caminito de gloria. Sebastián Chiola destacó su personalidad en Puerta cerrada y en Y mañana serán hombres. Daniel Belluscio y Roberto Garcia Ramos, cada uno en su cuerda, logró sobresalir desde su aparición en el cuadro. Elena Lucena tuvo oportunidad de explotar su feliz personaje de Chimbela con éxito. Sabina Olmos demostró su delicadeza femenina y su elegancia en Así es la vida y Divorcio en Montevideo. Pepita Serrador, de personalidad esbozada en Mujeres que trabajan, ratificó esa buena impresión en Una mujer de la calle y Muchachas que estudian. Luisita Vehil se mostró muy expresiva y digna de mejor suerte en Mandinga en la sierra. June Marlowe resultó la atracción principal de La modelo y la estrella y Gente bien, por su espontaneidad y su gracia. Pedro Tocel dió una buena caracterización de San Martín en Nuestra tierra de paz. Carlos Perelli halló un personaje a gusto en El matrero; Severo Fernández se lució en La mujer y el jockey. Entre el elemento infantil hay que señalar la soltura y vivacidad de Salvador Lotito y la comicidad de Semillita.
Al lado de estas figuras que surgen hay que colocar a los ya consagrados: Enrique Muiño; Angel Magaña, muy, bien en Prisioneros de la tierra, lo mismo que Francisco Petrone; Libertad Lamarque, Tito Lusiardo, Olinda Bozán, de lucida actuación en Doce mujeres, Irma Córdoba, que tuvo su mejor trabajo en Atorrante; el impagable Pedrito Quartucci, la simpática Delia Garcés, el eficaz Enrique Serrano. Mecha Ortiz, Paulina Singerman, Pepe Arias, etc. Y también un simpático grupo de intérpretes jóvenes: Elisa Galvé, Malisa Zini. Alda Alberti, Fanny Navarro, Aida Luz, Dalia Ciampoli, Mecha Midon, Oscar Valicelli, Héctor Coire, Anita Lang, etc.
Cuadro de honor de la Temporada 1939
Las mejores películas argentinas estrenadas este año:
Prisioneros de la tierra
Margarita, Armando y su padre
Así es la vida
Y mañana serán hombres
El viejo doctor
Notas
1 El artículo fue publicado originalmente bajo el título “Cincuenta películas se estrenaron en 1939. Se perfecciona la técnica, pero faltan asuntos”.
2 Con i latina en el original. [N. de los E.]