Mujeres que trabajan (por la revolución)

La Revolución Cultural fue una campaña de implementación de políticas que se extendió durante una década, desde 1966 hasta la muerte del presidente Mao en 1976. Su intención era purgar las rémoras de la cultura burguesa e imperialista de la China prerrevolucionaria e instaurar una nueva sociedad que siguiera los preceptos comunitarios del Socialismo. Uno de esos elementos considerados reaccionarios por el gobierno maoísta eran las Óperas de Pekín, caracterizadas por sus maquillajes exuberantes y sus temáticas que incluían emperadores, doncellas y consejeros imperiales. De esta manera, al mando de la esposa de Mao, Jiang Qing, se crearon nuevas óperas y ballets de fuerte impronta plebeya, militarista y socialista, siendo aprobadas ocho obras que se pasaron a llamar Las Ocho Obras Modelo de la Revolución Cultural. El destacamento rojo de mujeres, adaptada de un film de 1961, durante el Gran Salto Adelante, tuvo su versión cinematográfica en 1970, dirigida por Wenzhan Pan y Fu Jie, directores del Estudio Cinematográfico de Pekín.

Dado que el film sigue los principios estéticos del realismo socialista, para muchxs podría descartarse a la película como de nulo valor artístico, tanto por su clara carga propagandística como por el hecho de ser prácticamente un ballet filmado. Sin embargo, los colores vívidos y los momentos dramáticos abundan, a pesar de su impronta más performática que narrativa. El ballet cuenta la historia de una mujer campesina que es salvada de unos bandidos por el Ejército Popular de Liberación, y cómo va escalando en el mismo mientras abraza los valores del Socialismo. Es paradigmático el travelling hacia su rostro, un componente puramente cinematográfico, cuando enarbola una bandera con el martillo y la hoz con ojos llorosos, emocionada por su nuevo lugar en la sociedad china. A pesar del ascetismo que perseguían las obras del realismo socialista, lo kitsch salta a la vista con ojos actuales, no solo por las danzas performáticas donde las mujeres bailan con rifles y sables, sino también por el dramatismo exacerbado de la historia, donde el líder del ejército pierde su vida tras ser capturado por los enemigos burgueses luego de una emboscada. Lejos de minar la potencia estética de la película, este componente kitsch le agrega un valor que la alejaría de una mera pieza museística de propaganda. El carácter feminista de la película, y de toda la Revolución Cultural (ya fue usada en este newsletter la frase de Mao de que las mujeres sostienen la mitad del cielo), era parte de esa búsqueda por eliminar los vestigios reaccionarios de la sociedad china prerrevolucionaria, y se puede ver en la elección de la protagonista femenina, en la condena a la violencia sexual y en el hecho de que las mujeres peleaban con los hombres codo a codo en el ejército.

Es interesante cómo el arte marxista en la Unión Soviética y China fue dominado por un realismo que se alejaba tanto del realismo crítico lukacsiano como del distanciamiento épico de Brecht, más abrazado por el marxismo occidental, tanto en Francia mediante Godard y Straub-Huillet, en Brasil a través de Glauber Rocha o en Cuba a través de Sara Gómez y Tomás Gutiérrez Alea, cines más ligados a la vanguardia estética que a la propaganda oficialista. El destacamento rojo de mujeres no ejerce una impresión de realidad propia del realismo socialista, aunque sí tiene su carga temática y simbólica. Cerca del final, obreros, campesinos y soldados, las tres patas del comunismo soviético, bailan juntos triunfalmente luego de la victoria militar, al son de La Internacional y rompiendo los grilletes de un prisionero. El mensaje es claro: no hay nada que perder, salvo las cadenas.

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