El alma existe, y está hecha enteramente de atención.
Mary Oliver
Adriana Lestido viajó por el Círculo Polar Ártico durante casi dos años para filmar Errante. La conquista del hogar, y llevó consigo el oficio del caminante que abre la brújula y la sigue, arrastrada por el magnetismo del Polo Norte, ahí donde dicen que se anuda el ombligo del mundo. Visitó los mismos lugares en todas las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Y decidió volver una vez más a la llegada de la siguiente primavera, para confirmar que el ciclo vital de las cosas insiste, una y otra vez recomienza. Viajó sola por las Islas Svalbard y sin asistencia técnica. Sin embargo, aquello que parecía un retiro tan propio y personal, una suerte de travesía introspectiva, terminó siendo un espacio de recogimiento para todos.
No se puede entrar y salir de la obra de Lestido siendo el mismo. El remanso que consigue la mirada con las imágenes del documental es una invitación para salir de la narrativa convencional y entrar en la introspección, arrastrando el pensamiento hacia el territorio de la poesía. Errante no va en busca de una respuesta, sino que se apropia de una de las acciones más antiguas de la humanidad: la contemplación. Y para practicar el arte de contemplar se necesita de un aliado: el tiempo. Eso Lestido lo tiene en claro desde el comienzo. En la película, la contemplación, que es la permanencia de la vista para que emerja la mirada, funciona como revelación, como hallazgo. Como si la materia del entorno nos llevara a comprender algo de lo propio, a reconocernos como parte del Todo.
Como espectadoras conmovidas por Errante. La conquista del hogar, decidimos que esta era una pieza audiovisual que merecía algo más que una reseña a secas. Porque aunque nada habla mejor de sí mismo que el propio documental, creímos que intentar hacerle justicia a la obra mediante la palabra escrita era una oportunidad que no podíamos dejar pasar.
Pensando este texto, encontramos en la mirada de Adriana Lestido algo semejante a las relaciones que establece entre órganos, elementos, energías dinámicas y estaciones la medicina oriental. Cartografías somáticas de lo humano que resuenan con el entorno: hígado/madera/sangre/primavera; corazón/fuego/psiquis/verano. Entonces se nos ocurrió concederle a Errante la misma génesis ancestral. En estas líneas, cada elemento registrado por la lente tendrá el nombre de una víscera de la película, pero deberá entenderse que estas solo existen en comunión con el afuera: con el elemento, la energía dinámica, la estación, los espectadores que miran.
Una advertencia: escribiendo es posible correr el velo de lo inconcluso, de lo errante, de lo que le da sentido a todo y permanece latente. Es posible correr el velo, pero lo que se encuentra detrás, aunque se repita el mismo gesto hasta el hartazgo, es siempre e indefectiblemente el misterio.
Tabla de elementos de Errante
1. La imagen: primavera, madera, vista
Lestido es una obrera de la imagen. Y lo que hace tan inusual y misterioso su trabajo es la naturaleza de su mirada: una presencia sutil que forma parte y a la vez teje los vínculos que se traslucen en la escena, una presencia que no solo observa y participa, sino que se transforma además en lo que mira. En esa doble posición, en ese límite que se torna difuso y diáfano entre el visor, la cámara, la lente y todo lo que la rodea, Lestido se vuelve una alquimista en busca de materialidades para infundir vida en el cuerpo de la imagen; captura formas, texturas, colores e intensidades de la luz. A veces las interviene. Hay momentos en los que vuelve su amor por los grises, el blanco y el negro como una reminiscencia de toda su obra fotográfica. Cuando elige la acromía busca resaltar la profundidad y el contraste. De esta manera, escindiendo el color, abre nuevas posibilidades de asimilación y procesamiento de la imagen. Así conquista el territorio, así persigue, como una cazadora noble, el sueño de la construcción del hogar.
Por otra parte, la irrupción de la mirada en el terreno de lo inhóspito es un acontecimiento que convierte lo que está allí en lenguaje, aunque sin pretensiones ni retórica. Errante dialoga directamente con las emociones del pensamiento, con la posibilidad de que aparezca un punto de fuga en la pantalla y se abra allí un camino en el horizonte. Entonces la imagen sucede. También para los espectadores comienza el peregrinaje, un caminar íntimo hacia adentro del cuerpo, ese cuerpo que, como expresa en unos versos la poeta argentina Claudia Masin, es lo que nunca podría ser tocado, lo que siempre queda afuera de toda ley que intente explicarlo. Con el plano quieto, calmo, Lestido hace emerger la ambivalencia de la materia, lo que los antiguos contempladores sabían: como es arriba es abajo, como es afuera es adentro.
2. El ritmo: verano, fuego, comprensión
El tiempo en Errante tiene una función orgánica, está allí para hacer brotar algo que solo es posible germinar permaneciendo. Los minutos de cada período estacional crean una narrativa que huye de los fogonazos de la estructura clásica y se acerca más a la poesía. Y cuando hablamos de poesía no nos referimos a ningún género en particular, sino a un tipo de vínculo entre el sentido, el mundo y el tiempo. Un descanso para el pensamiento, una forma de habitar y dejarse conmover por la belleza del caos. La propuesta es crear una elipsis interior, algo que pueda desandar el camino automático que obliga a la mirada a un destino seguro.
De esta manera, el documental invita a entrar en el ritmo de la contemplación que sigue, a su vez, un patrón: un plano fijo en el que se hunde la mirada para dejarse arrastrar por la transición de las estaciones y la transformación de la materia. Como el pasaje donde un zorro atraviesa la nieve anunciando la llegada de la primavera o las nubes que se ensanchan en el cielo acortando el día. Para alcanzar este ejercicio vital, el movimiento del paisaje es capturado mediante un instrumento que adquiere las características de una cámara estenopeica, aquella que estanca la luz en un receptáculo oscuro y necesita de la reciprocidad del tiempo, de una cantidad precisa de segundos para que ingrese por un orificio minúsculo lo que se irá grabando en el material fotosensible. Es así que Lestido ofrece la posibilidad de que el espectador imprima en sus ojos el ritmo del universo en expansión.
3. El sonido: otoño, metal, audición
El documental se hace eco de la paradoja que describe el cineasta Andrei Tarkovski en Esculpir el tiempo: en Errante es el sonido el que abre paso a la imagen, y no a la inversa. El preludio sonoro que antecede a las escenas es lo primero que siente el cuerpo, una vibración primitiva que se expande y logra los acordes precisos para que se produzca el chispazo. Tal es así que las secuencias que se desarrollan en cada estación logran reproducir el ruido blanco, aquel que tiene una densidad espectral que contiene todas las frecuencias, aquel capaz de suspender la actividad mental. Nuevamente, un contrasentido: el ruido es la calma, un umbral sin patrones que altera la vigilia, estimulando otro tipo de expresión del cuerpo que se manifiesta y se acompasa, que ingresa en la respiración propia de lo que tiene frente a sus ojos a través del oído.
Como instancia ineludible aparece también el silencio, que es la lengua de la pausa. Y en la pausa brotan voces suaves que no siempre se oyen, pero están, y son las únicas capaces de iniciar el diálogo. El cimbronazo, el arrebato, la conmoción se transforman así en un andamiaje para la escucha, para ingresar en las profundidades de la imagen. El silencio de Errante nunca es vacío ni límite para el pensamiento. Todo lo contrario: porque hay silencio es que Lestido nos deja hablar.
Sin embargo, aunque el diálogo entre la reflexión y la emoción se extiende como un hilo, en el documental son pocas las irrupciones de la palabra, que entra y sale de escena con movimientos precisos, y siempre para hacer estallar el sentido, nunca para restringirlo. Tres canciones y un conjunto de fragmentos de textos que irrumpen en placas negras tejen la trama que después completará la imagen. Es allí, impulsado por la superposición de signos, que deviene el misterio, lo incapturable. Como estos animales que somos, alimentados por la fantasía de la comunicación, por la esperanza de la comunicación, presenciamos en Errante un acontecimiento en el que el lenguaje, vuelto sonido o su ausencia, no deja nunca de arder.
4. La materia: invierno, agua, tacto
En Errante, las mismas formas del paisaje que se registran a través de las estaciones, que tienen un oficio de vivir y de morir, tienen también su propia intimidad, su propio movimiento. El hielo se derrite, la roca se desgasta con el viento, algunas ovejas nacen, otras mueren, el mar avanza y retrocede sobre la arena de la playa. Allí donde Lestido fija la cámara, crecen imágenes que capturan la transformación. No hay nada rígido. Ni la belleza ni el virtuosismo superan la tremenda vitalidad de la naturaleza, de aquello que existe como un organismo autosuficiente, indiferente a la presencia humana. Entonces el plano fijo que ella decide como gesto logra la acumulación visual necesaria para entrar en una especie de hipnosis.
El documental rastrea la vida en una materialidad que no es obediente ni disciplinada ante nuestros ojos, sino que lleva consigo la potencia del vacío. Se ha descubierto hace tiempo que la materia se transforma dependiendo de los ojos que la miren, la estudien o intenten clasificarla, y se sabe también que esas clasificaciones serán siempre arbitrarias, transitorias, insuficientes. Sin embargo, Lestido posa la cámara sobre la piedra, la arena y el agua y las transfigura con la mirada. No les inventa una lengua, no intenta nombrarlas. En cambio, construye con ellas otra forma del lenguaje, un alfabeto del silencio, de lo mucho que puede decirse con aquello que no conoce la palabra.
Precisamente, la naturaleza inorgánica que registra Errante solo responde a sí misma, a su propio entramado de polvo estelar, volcánico, terrenal y evolutivo. La propuesta no es razonar, sino dejarse abducir por su magnetismo. No obstante, la metamorfosis de lo orgánico a través de las estaciones insiste y recuerda nuestro propio ciclo: la muerte real, pero también la muerte simbólica. Es la naturaleza hablando por nosotros ante la inminencia de la transformación.
5. Lo humano: canícula, la quinta estación perdida
En el año 2012, el escritor británico John Berger le escribe una carta a Lestido para celebrar su obra. Allí dice que Adriana observa el mundo con tanto amor y compasión que parece que se diluye en las escenas que registra. Sin embargo, su presencia, misteriosa e inusual, se imprime como una huella sobre todo lo que mira volviéndose una con lo otro, “como si fijara el tiempo de exposición no en 30 segundos sino en la eternidad. Y lo eterno no es perenne, sino intemporal”(1). Por eso Errante podría pensarse no como un lugar de llegada o como el hallazgo de una travesía íntima, sino como un camino, como el punto de partida en el que se reúnen los peregrinos.
Hay una enorme melancolía y después una ilusión parecida al entusiasmo al inicio del documental, porque los espectadores saben que dejan atrás la casa que conocían y que a partir de allí el hogar será la búsqueda, el tránsito, la posibilidad. Así, una vez más, Lestido indaga en lo roto, en la falta, en el agujero; por allí ingresa a las cosas sin disimular la falla. No señala la hendidura, ingresa en ella y revela su interior: acá está, esto somos, esto soy, esto es la vida. Quizás resida en eso su gesto más singular: descubrir que la sabiduría es un camino por el que se vaga sin rumbo y la casa, una forma de mirar.
Entonces, ¿qué es lo Errante? Es la afirmación del caos, el misterio y la circularidad como naturaleza de las cosas. Es una trinchera para resistir el vértigo humano en el que nos vemos envueltos en la vida diaria. En Errante, la directora ofrenda un gesto visual y lo convierte en un lugar altruista, en una forma distinta de entrar en el tiempo de todo lo que existe. Porque el ritmo del universo es uno, y lo errante somos nosotros. Con el oficio de su mirada, Lestido nos hace un llamado: hay que pensar, hablar y mirar, pero también hay que vivir.
Notas
1 Tanto amor y compasión, por John Berger. Correspondencia entre John Berger y Adriana Lestido.
Muy buen ensayo. Muy acertadas
Reflecciones.Me siento identificada con lo expresado.Sobre todo experimente las dos veces que vi Errante, el estado tan intensamente emocional que solo se interrumpe con las irrupciones de las mareas y las tormentas….. Felicitacione!!!
¡Muchas gracias, Graciela!