Dossier David Lynch #4

De a poco nos acercamos al final del dossier. La cosa se va deformando. En principio, continuamos con los cortometrajes. Si en la entrega anterior habíamos puesto pausa a mediados de los 90, en Premonition Following an Evil Deed, el corto de menos de un minuto realizado para la película Lumière y compañía, acá retomamos en pleno siglo XXI, con esa rareza oscurísima llamada Darkened Room, que anticipa elementos de Inland Empire. De la cámara de los Lumière a las grabaciones digitales casi de guerrilla surrealista subidas al sitio web DavidLynch.com. También abordamos otro corto realizado para una antología: Absurda, que formó parte de Chacun son cinéma (2007). No es fortuito que hayan tenido en cuenta a Lynch para dos proyectos que funcionan como homenajes a la historia y la memoria del cine. Completamos el recorrido de cortometrajes con I Touch a Red Button Man (2011), que acompaña a la canción “Lights” de Interpol —un pequeño vistazo a otro universo abordado por Lynch: el de los videoclips—, y What Did Jack Do? (2017), donde interpreta a un detective y le da voz y boca al mono protagonista, Jack Cruz. Justamente, otro de los textos de esta entrega está dedicado al trabajo actoral de Lynch, que comenzó a inicios de los 80 con una breve aparición en Heart Beat, de John Byrum, y tuvo una suerte de gran final con su interpretación de John Ford en The Fabelmans —¡hablando de homenajes al cine!—, además de un trabajo memorable en la tercera temporada de la serie Louie, el aporte de su voz para series animadas como The Cleveland Show, Padre de familia y Robot Chicken y, claro, el rol de Gordon Cole en su propia Twin Peaks. Las incursiones en formatos heterodoxos marcaron las últimas décadas de su carrera —una carrera difícil de seguir, esquiva: todo el tiempo aparecía algún video nuevo, desde un documental sobre una litografía parisina hasta una pelea entre una araña y una abeja; Lynch nunca se cansó de construir puentes entre su universo estético y un sinfín de aspectos de la vida cotidiana—. Intentamos atrapar algo de todo eso en esta entrega del dossier, que cierra con un homenaje a sus famosos Weather Reports y un breve ensayo sobre su incursión en el mundo publicitario.

Lynch, “Autorretrato” (2012)

PARA INTERRUMPIR LA REALIDAD

Darkened Room (2002) + Absurda (2007)

Sofía Celeste Vera

Quizá no sea sorpresa que la fotografía haya sido desarrollada como un medio tecnológico
en la era industrial, justo cuando la realidad empezaba a desaparecer.

“La fotografía o la escritura de la luz”, Jean Baudrillard

Cuando el desarrollo acelerado de las tecnologías digitales empezó a aplicarse a las formas de crear y generar imágenes en el siglo XXI, David Lynch no ofreció resistencia. Es más, la naturaleza de su cine parecía estar esperando la instantaneidad que le ofrecía la imagen digital, expandiendo el universo de su obra a las diferentes posibilidades que el nuevo siglo abrazaba en internet: su propio website (DavidLynch.com, al que hoy podemos acceder a través de Internet Archive), videodiarios, y cortometrajes en los que se puede observar la existencia de las ideas también presentes en Inland Empire, la obra que condensa el giro digital de su cine. La videocámara en Darkened Room (2002) se acerca sin timidez a las lágrimas negras de una chica rubia conmocionada. Su amiga dice que ya no la puede ver, pero la cámara la encuentra para nosotros: primera pista de una complicidad, un vínculo nuevo entre la imagen y el espectador. La sensación es desbordante: las imágenes nos atraviesan cuando ya es muy tarde para interrumpir su ilusión; un agujero en un vestido de seda parece ser el telón perfecto para que la realidad comience a inundarse. 

Lynch continuó experimentando el potencial de lo digital para capturar los momentos en los que la naturaleza comienza a desfigurarse. Es el caso de Absurda (o Scissors), el cortometraje que dirigió para el 60° aniversario del Festival de Cannes en 2007. La propuesta para los directores era que representaran “sus estados mentales del momento inspirados por la sala de cine”, y en los tres minutos de Absurda parece conjurarse el encuentro de la ilusión de los Lumière con la íntima conexión con las imágenes tan característica del nuevo milenio. Las tijeras atraviesan la pantalla, intervienen en el futuro de los espectadores como si estuvieran predestinadas a cruzarse en ese plano difuso entre la representación y la realidad. Imposible no encontrar reminiscencias de aquella vieja leyenda que señala que los primeros espectadores de La llegada del tren quedaban aterrorizados frente a la invención, temiendo que el tren fuera a impactarlos de verdad. Es una de las grandes mentiras que contribuyeron a fundar una desconfianza en las imágenes, que perdura aunque su textura haya sufrido tantas transformaciones, pero de esta confusión Lynch extrae una verdad: más allá de la muerte, la voz de la bailarina nos dice “siempre me gustó bailar”. Entre el humo y la atmósfera espectral de las salas de cine vacías, la ilusión encuentra un lugar donde seguir funcionando, atravesando el pasado de las películas para proyectar un futuro para las imágenes. Gesto tajante y una promesa inscripta en los segundos que dura el baile de la chica, antes espectadora y ahora fantasma, el cine de Lynch siempre va a revivir ese espacio lúgubre al que descienden los sueños.


Y QUÉ PASA SI NUNCA SE ROMPE

I Touch a Red Button Man (2011)

Teresita Pumará

Un fondo que, como el cielo de Neuromante, recuerda a un televisor sintonizado en un canal muerto. Una frase en minúscula vacilante: “yo toco un botón rojo”. Un hombrecito en traje de payaso, los brazos dos palos que terminan en manoplas, aprieta una y otra vez un botón rojo. A veces se lleva las manos a la cara, sube y baja los brazos. Sus ojos fijos en un gesto de espanto. Vibran su boca y un gusano blanco atornillado en el lugar de la nariz. A veces el botón rojo se transforma en pelota, y se multiplica, y rebota hacia nosotros una avalancha de pelotas rojas. El hombrecito toca cada vez más frenético el botón rojo. Lo que primero era temblor se vuelve sacudida, lo que era desplazamiento es caída libre, hasta el inexplicable fade out

El botón rojo es el botón de emergencia para detener una máquina. Pienso en las veces que intento frenar la danza de la neurosis, pero todos los botones fallan y apretarlos equivale a caer más rápido, más hondo.

I Touch a Red Button Man es un corto animado que Lynch realizó en colaboración con la banda de indie Interpol. Dura lo que dura el tema “Lights”, que arranca lento, como tanteando en una habitación a oscuras, y va creciendo en intensidad hasta desvanecerse. La primera línea de cada estrofa repite: todo lo que yo veo, todo lo que yo temo, todo lo que yo busco. En inglés no se puede esconder el sujeto, la primera persona del singular insiste en toda la canción. Esto se replica en la imagen: en la frase que flota sobre el hombrecito, y en el título, que tiene al menos dos traducciones posibles: “el hombre Yo-aprieto-el botón-rojo” o “yo aprieto al hombre Botón-rojo”. En la ambigüedad el yo se duplica, se mira deformado en un espejo. También en la canción hay un otro al que se implora: Mostrame, enseñame. No me dejes suplicando en este agujero. ¿Y si nunca me rompo?

En “El puente” Kafka escribe: “Sin derrumbarse un puente no puede dejar de ser un puente”. 

Al Lynch pintor se lo suele vincular al expresionismo, pero dibujos como los de este cortometraje me hacen pensar en una mezcla de la oscuridad de Odilon Redon con la línea infantil de Paul Klee. En el surrealismo. Es más, hay algo en común entre el ángel de la historia que vio Walter Benjamin en el dibujo de Klee (Tesis sobre filosofía de la historia, N°9) y el Hombre Botón Rojo. Los ojos fijos, la boca abierta, ambos quieren que la máquina se detenga. Pero si el primero, en palabras de Benjamin, desearía “recomponer lo despedazado”, el hombrecito de Lynch está encerrado en la pantalla, eterna repetición de lo igual, y aprieta el botón rojo. ¿Para que algo se rompa?

La pantalla se rompe, dice mi novio. ¿Se rompe? pregunto, un poco sorprendida. Claro, dice, cuando aprieta el botón salen unas líneas. Se rompe. Yo creí que representaban el sonido, digo. Pero puede ser. Puede ser que la pantalla se rompa. La pantalla. El espejo. Yo.


CAFÉ Y CIGARROS HASTA EL FINAL

What Did Jack Do? (2017)

Miguel Ángel Gutiérrez

Se siente raro verlo a Lynch y saber que está muerto, que estamos frente a la obra de un muerto. Si además estamos frente a su última obra (sin considerar, por supuesto, sus ocurrentes y muchas veces delirantes videos en YouTube), la sensación se vuelve más extraña. Porque estamos frente a la última de muchas cosas: el último pucho prendido, la última taza de café, el último enigma presentado. Lynch, como si fuese un Gordon Cole retirado libre de sordera y tics, interroga a un mono, Jack, que realmente se llama Jack, Jack Cruz. Es el principal sospechoso de un asesinato que pareciera involucrar a todo el reino animal y sus posibles variantes lingüísticas. Es Lynch también quien le pone voz –y boca– al mono, volviendo a su corto en una pseudo autoentrevista, un diálogo consigo mismo en el que pareciera estar siempre al borde de la risa (es curioso, Lynch desde siempre parece que podría reírse pero muy pocas veces efectivamente se ríe; tiene cara de casi risa). 

El cortometraje es a ratos un homenaje a un género que Lynch siempre amó y tocó de costado: el noir. Apela al blanco y negro, a los claroscuros bien contrastados, a las sombras. También a las frases hechas (“Takes two to tango, Jack”), a las negociaciones disfrazadas de póker, a dos ¿tipos? que se miden constantemente. Todo termina con Lynch bajando la guardia ante la declaración de amor de Jack, que extraña a Toototabon, una gallina a la que amaba, procediendo a cantar un himno de amor que la invoca. Todo termina con Jack arrestado por el detective Lynch en un plano que no los muestra, sino que se queda con el umbral por donde salieron. Solo vemos ligeros cambios de luces y algunas rispideces propias de la cinta mientras todo se va a negro, que en esto la vida y el cine se parecen, lamentablemente.


¡ACTÚA LYNCH!

Alejandro Tevez

Cine York, un jueves por la tarde en una función homenaje a David Lynch. La película es Twin Peaks: Fire Walk with Me, una de las pestañas más tristes y sórdidas de su ya triste y sórdida filmografía. En el prólogo, los agentes especiales Chet Desmond y Sam Stanley se reúnen con su jefe Gordon Cole tras la repentina muerte de Teresa Banks. Frente a la pantalla, durante esa proyección calurosa en la sala de Olivos, un muchacho cualquiera se sobresalta y le advierte a su compañera: “¡actúa Lynch!”.

Uno puede imaginar a David Lynch con el mismo entusiasmo que ese espectador random al elegir los papeles a interpretar. No fueron muchos, pero cada uno de ellos le agregó encanto a las fábulas y ratificó que el director, como todo aquel que ya conoce por completo el funcionamiento del cine, podía manejar a la perfección ese artificio incomprensible que es la actuación. Algunos los interpretaba motivado por la ternura, como en Lucky, el sentido tributo a Harry Dean Stanton, uno de sus principales cómplices, o en la ya icónica caracterización de su ídolo John Ford en The Fabelmans. Otros eran abordados simplemente por diversión, ya sea en esa aparición en la serie Louie haciendo de un productor que le pide al comediante ser gracioso, o prestando su voz para Padre de familia y su apéndice The Cleveland Show. Su presencia podría ser más o menos atinada en estas películas o series, pero jamás pasó desapercibida. La forma de hablar, el rostro, el aura, el jopo de Lynch, aún si no se hubiese prestado nunca a aparecer delante de una cámara, ya eran parte de la cultura y el imaginario popular.

Lynch actor se mueve poco y nada; mayormente está detrás de un escritorio, dando órdenes o escuchando atentamente. Como las grandes bandas, toca siempre la misma canción: sus personajes son distantes, hipnóticos, minimalistas, están desprovistos de pasado y mundo interior y nunca forman parte del elenco principal, cumpliendo un rol más cercano a un ángel organizador de la narrativa que el de un partícipe del relato. Todos usan frases cortas, con una pronunciación marcada, como si las palabras lucharan por salir de su boca para ser escuchadas y entendidas por su propia fuerza. Sus interpretaciones son muy lejanas en el tiempo entre sí, pero forman parte de una intencionada continuidad.

A pesar de lo que afirman IMDb, Letterboxd y toda web que identifique roles en distintos medios audiovisuales, el último Lynch actor no fue el de la biopic solapada de Spielberg, sino el que tomaba parte de su tiempo matutino para saludar a sus fanáticos en redes sociales. En sus simpáticos Weather Reports interpretó a un animador, presentador de canciones, meteorólogo, influencer, curador, numerólogo, amigo, padre, abuelo, un pariente más en un desayuno ficticio. Ante su inesperada desaparición física, muchos comenzaron a imaginar cuáles hubiesen sido los siguientes pasos en su devenir artístico; otros simplemente van (vamos, si se me permite la indiscreción) a extrañar verlo todos los días, con su pelo de imposibles proporciones, pronosticando el clima de un lugar ajeno y lejano, recomendando música de otras épocas y sorprendiéndose porque es viernes de nuevo. Nunca, jamás, será viernes de nuevo.

Lynch en “Late Show – Part 2” (Louie, S03E11)

DAVID LYNCH’S WEATHER REPORT’S REPORT 21/02/25

Federico Bianchetti

Buen día. Hoy es viernes 21 de febrero de 2025. Acá en Banfield el cielo está parcialmente nublado, hay 53% de humedad, y se espera que la temperatura alcance los 34 grados Celsius, 93.2 Fahrenheit. Hoy me desperté pensando en los Weather Reports

Estos brevísimos reportes del clima de la ciudad de Los Ángeles nos tomaron por sorpresa en medio de la pandemia, cuando volvieron a aparecer en el canal oficial de Lynch en YouTube. Volvieron, digo, porque comenzaron en 2005 por vía telefónica para una estación de radio local y continuaron entre 2006 y 2010 en video para su sitio web.

La nueva temporada —The Weather Report (The Return), como la llamó Lynch en su primer aniversario— duró dos años y medio, desde el lunes 11 de mayo de 2020 hasta el viernes 16 de diciembre de 2022. En ese período se publicaron 950 reportes, a razón de uno por día, con una duración promedio de un minuto. La estructura variaba muy poco: buen día, hoy es tal fecha, tal día, el cielo está de esta forma, hacen tantos grados (Fahrenheit y Celsius), hoy pensaba, me acordaba, soñaba, imaginaba, creía, deseaba algo, durante el día el clima va a estar así, que tengan un gran día. Solo en contadas ocasiones aparecía algún elemento —un cartel, un objeto— que no pertenecía al repertorio habitual.

Los reportes, como todo lo que se hace con perseverancia, fueron encontrando de a poco su lenguaje. Allá lejos quedaron el plano general cargado de objetos, la mirada al cielo que nos contaba del fuera de campo, la luz tan azulada y artificial, la distancia de los hechos. Acá cerca aparecieron los lentes negros —porque empezó a ver el futuro y le resultaba muy brillante—, el cambio de locación —porque la otra era demasiado fría—, el primer plano con cámara en mano, las derivas intermedias apenas más extensas, y la repetición sobre la repetición que terminó de cristalizar ademanes y muletillas inolvidables como la celebración de los viernes, los sacudones de la cámara o el gestito compañero de la despedida. Todo en el plano se subjetivizó y los reportes se volvieron más del inmenso y lejano interior que del afuera californiano. 

Cuando la incertidumbre y el miedo lo oscurecieron todo, los reportes nos ofrecieron el sentimiento tranquilo de la costumbre. Cada video tiene centenares de comentarios de usuarios que saludan a todos, se saludan entre sí, lo saludan a Lynch —“Mr. Lynch”, le dicen—, dejan su propio reporte del tiempo desde el pedacito del mundo en el que están, intercambian penas, consuelos, humoradas. Las interacciones comparten la calidez del encuentro y ponen en práctica una forma de habitar las redes que es cada vez menos frecuente en las grandes plataformas. Por un rato cada día empezamos a sentir que podíamos hacerle frente a eso que amenazó con terminarlo todo. 

Hoy, a la distancia, los reportes funcionan como un oráculo, como un libro de mutaciones climáticas en el que se puede consultar la reflexión o la pregunta del día. Los calendarios de 2020, 2021 y 2022 se van a repetir iguales y consecutivos en 2048, 2049 y 2050. Si todavía seguimos por acá —nosotros, los reportes, un cielo al que mirar— podemos hacer el intento y rewatchearlos de principio a fin, día tras día. Quién sabe, capaz las respuestas a los problemas que estemos atravesando estén ahí, incrustadas en el corazón de un brevísimo reporte del clima. 

Se esperan vientos del sector norte y algunos chaparrones aislados. Por la noche la temperatura rondará los 29 grados Celsius, 84.2 Fahrenheit. Que tengan un gran día.


LA REFE LYNCHIANA

Lynch y la publicidad

Ramiro Pérez Ríos

Podríamos decir que la publicidad es el terreno donde se disputa lo actual. Como dice Carlos Correas: “algo fue actual; algo se hace actual; algo se actualizará”. La tendencia de moda al servicio de la moda del presente (para no caer en la redundancia de “la moda de moda”). Una imagen que surge de sí misma y que sólo existe para enaltecerse a sí misma. Un círculo vicioso de imágenes en rotación que sobreviven (“superviven”, plusvalía mediante) en la utilidad de su fetichismo. Mientras seduzca vivirá.

Primero Lynch y posteriormente lo “lynchiano”. Podría decirse al vuelo que lo lynchiano acontece cuando su imagen se vuelve marca. Marca pública, de acceso libre y uso democrático, ya que para que algo sea lynchiano no es necesario que esté Lynch involucrado. La pregunta está en cuándo acontece el adjetivo, cuándo se vuelve marca, y la respuesta sería: cuando entra en el terreno publicitario por primera vez. Cuando su forma de mirar se vuelve rentable. Es curioso, ya que sus comerciales rodean el objeto por vender sin terminar de entregarse al fetichismo que establece el deseo (la necesidad) de compra. ¿Acaso lo lynchiano será justamente esa circunvalación que no termina de señalar directamente el objeto que justifica su existencia mercantil? 

Haciendo uso  de “Kafka y sus precursores” podríamos parafrasear a Borges y coquetear con la idea de que lo lynchiano se termina de establecer cuando Lynch trabaja por encargo. Su método termina de evidenciarse (¿cristalizarse?) cuando está al servicio del mercado. Así, recién cuando comienza a trabajar en la publicidad podemos volver la vista a su obra y terminar de encontrar lo que hace a Lynch ser lo que es. Como si estableciendo aquello que lo vuelve seductor para la venta de marcas caras y sofisticadas pudieran sellarse sus marcas autorales. Que quede claro que no creo que la superficie de sus obsesiones formales sea la totalidad de su autoría. Lo lynchiano señala tan sólo la superficie. El primer grado, el punto de contacto más evidente. Ese que lo vuelve rentablemente seductor para accionar la erótica de los objetos por vender. 

Ahora bien, Lynch no cede ante la inevitabilidad de la imagen lynchiana. Sus publicidades sorprenden en los vericuetos formales y narrativos que encuentra para escapar a la insinuada condena de su estilo. Parecería que Lynch aprovecha la fantasía publicitaria como arenero donde jugar con su costado más suburbano y pop. En ellas lo extraño actúa por exceso sin terminar de entregarse al costado pesadillesco de su obra. Esto resulta llamativo si tenemos en cuenta que su arte reside en la tensión entre lo innombrable, lo extraño, lo maravilloso, lo pesadillesco y lo terrorífico. En ese orden, en un vaivén intermitente y constante. Entonces, ¿sus publicidades están de cierta forma incompletas? ¿Falta en ellas el todo que hace al espectro lynchiano? Quizás estamos ante una decisión premeditada: que la totalidad acontezca sólo en la obra artística y no en los encargos publicitarios. 


Primera entrega del dossier

Segunda entrega del dossier

Tercera entrega del dossier

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