Primavera
La trilogía de la juventud de Wang Bing podría responder a la pregunta que plantea Jonás Trueba en el título de su película ¿Quién lo impide? El retrato de la juventud que hace el director español, siguiendo a un grupo de adolescentes durante los últimos años de su escuela secundaria, no escapa de una visión paternalista y un sesgo de clase que culmina en una noción de la juventud propia de una publicidad de Coca-Cola o una tarjeta de crédito. Las condiciones materiales lo impiden, parece decir Wang en Youth (Spring), la primera entrega de su trilogía sobre un conjunto de jóvenes chinos trabajadores de talleres textiles en la ciudad de Zhili. Con un casting coral compuesto por migrantes de las provincias del interior de China, Wang se inmiscuye en los lugares de trabajo para documentar las condiciones laborales en un complejo de talleres que funciona como motor económico del pueblo entero, que vive y trabaja en el mismo lugar donde fabrican un tercio de la producción textil del país.
Trabajar cansa, ya lo dijo Pavese. El ritmo de trabajo en los talleres es frenético, dado que los empleados son pagados en efectivo por prenda confeccionada. Siguiendo la máxima bressoniana, al proceso productivo alienante e hiperveloz Wang aplica tácticas de lentitud y le da suficiente tiempo y espacio a sus personajes para desarrollarse. No solo filma la jornada laboral, sino también los intersticios cotidianos entre la misma, cómo se construye la subjetividad de cada uno de sus protagonistas, inevitablemente cifrada en el trabajo. En la ética de Wang no existen momentos que merecen ser documentados más que otros: la propia existencia de los trabajadores merece ser filmada, dotándolos de una dignidad propiamente cinematográfica a través de su poética y restituyendo su experiencia como sujetos explotados. Como hace Pedro Costa, Wang filma los tiempos muertos, los momentos de ocio, la complicidad entre trabajadores y cómo se organizan por sus derechos frente al patoteo de los patrones, momentos de coqueteo y amistad entre compañerxs, escenas que funcionan como respiro y que elevan el film hasta convertirlo en un espejo de la experiencia universal de la juventud precarizada y de la clase obrera, una y sin fronteras. Es imposible no retrotraer esas escenas a momentos personales en el trabajo.
La violencia aparece latente durante las tres horas y media de la película, ya sea por la propia turbulencia de las condiciones laborales, que genera rispideces y malestar, como por la tensión generacional entre tradición y contemporaneidad, entre el seno familiar y la emancipación, y en el despliegue de los roles de género. La migración hacia el pueblo parece una búsqueda por construir una vida propia, por fuera de unxs xadres que dictan cómo y cuándo casarse (un camino de vida que parece incuestionable), llegando a estar presentes en los talleres con los trabajadores, como en la escena en que una chica embarazada es acompañada a abortar por su madre.

Tiempos difíciles
Mientras que la primera entrega de la trilogía se siente como una hangout movie, dado lo genuino e inmersivo del relato y la cantidad de tiempo que los personajes transitan tiempos de ocio, la segunda, Youth (Hard Times), se centra más en la violencia laboral y los problemas que sufren los trabajadores. A pesar de este matiz que hace a la película más dura, Wang mantiene la forma de acercarse a los personajes: no les hace preguntas, no los interpela, no los juzga o guía la narración de forma activa. No los trata como víctimas. Esto no quiere decir que la ética documental de Wang niegue involucrarse discursivamente, o que opte por una mirada pasiva frente al sujeto que filma. Al contrario, el director entiende que la distancia es antropológica y simbólicamente violenta y, con eso, configura un relato donde deja hablar con voz propia a unos personajes que reconocen el lugar de la cámara (varias veces se menciona al equipo de filmación, y hasta se llega a decir “no filmes esto”). Como contracara del miserabilismo televisivo que muchas veces emerge al documentar condiciones de vida y laborales precarias, a Wang le interesa filmar las relaciones entre los personajes, sus interacciones y una intimidad compartida, cómo la jornada laboral en esos talleres difumina las separaciones entre vida y trabajo. Ante esa dicotomía rota, el director ofrece una salida a través del cine, como herramienta de denuncia que no solo hace visible la explotación en un país que alguna vez fue una República Popular (¿qué clase de comunismo somete a su juventud a trabajos golondrina a manos de empleadores privados?, ¿y qué clase de República Popular reprime a sus trabajadores por haber nacido en una provincia determinada, como lo cuenta un personaje en una larga toma?), sino que inmortaliza su vida en imágenes en movimiento: por eso los filma riéndose, cantando, ranchando, luchando, volviendo a casa para año nuevo. Una muestra de la ética de Wang es la escena en la que una mafia laboral golpea en la cabeza a un trabajador con una piedra porque les debía dinero. El realizador decide dejar el cuerpo herido en fuera de campo y filmar la conmoción de sus compañerxs. Como sucede en Mudar de vida de Paulo Rocha, como les pasa a lxs repartidores de aplicaciones: el trabajo no solo cansa, también mata.
Los tiempos difíciles a los que alude el título no solo refieren a la posibilidad de que tus jefes manden a matarte, sino que también se posa, por un lado, en las vicisitudes de un pibe que perdió la libreta donde se anotan las prendas confeccionadas y los sueldos abonados, y cómo se pelea con su jefe cuando le va a pedir un adelanto por una deuda que tiene que saldar, dando muestra tanto de las condiciones de informalidad en las que están insertos como de la nula protección laboral que reciben. Por el otro, gran parte de la película está integrada por escenas de conflictividad salarial en las que lxs trabajadores se reúnen durante horas a discutir el precio por prenda con sus patrones, exigiendo más paga. Es en momentos que la poética plural de Wang toma una forma más definida, al filmar a lxs laburantes integrados y en conjunto, no dispersxs, aunque sea por un eclamo sindical. Insisto: Wang nunca filma a lxs personajes como víctimas, sino como sujetos dotadxs de dignidad, rabia, amor y tristeza, ardientes y obstinados.




Vuelta a casa
Youth (Homecoming) retoma los finales de las dos primeras películas de la trilogía, donde filma las vueltas a casa del mismo personaje para las festividades de año nuevo en dos años diferentes. En este caso, iniciando en los últimos días laborales en los talleres sucios de retazos de tela, parecidos todos entre sí, Wang documenta el viaje a la provincia de Anhui de una pareja que va a casarse. En una escena escalofriante, otro trabajador relata un accidente laboral mientras viajan en tren. Sin embargo, el tono de la película es el más festivo de la trilogía, al contener el casamiento en la parte central. Después de un peligroso viaje en camión por la ladera nevada de una montaña, llegan a una casa rural en la que lxs espera su familia, y donde el documental toma una forma más clásica de cabezas parlantes con los relatos de sus xadres sobre problemas de salud y tragedias familiares, para luego juntarlxs en la mesa y compartir su intimidad durante la cena.
La necesidad de cifrar su vida en algo más que el trabajo, de construir la propia subjetividad más allá de la jornada laboral y lo que se hace con ella, se deja ver en la escena de la boda: todo el pueblo se moviliza para la ceremonia, a la manera de una película de John Ford, acompañando a la pareja luego de que ya no puedan avanzar en auto por la nieve y el barrio, y el novio deba cargar a la novia en brazos. Allí los reciben con serpentinas, espuma, papel picado y música, dándole un soplo de vida a unos brazos cansados de coser y a unas manos curtidas por las agujas y las tijeras. Incluso las tensiones entre modernidad y tradición, entre emancipación y lazos familiares, parecen ponerse en suspenso. Lo que importa es celebrar, y las sonrisas marcadas en todos los rostros del pueblo así lo demuestran.
A pesar de este intermezzo particularmente optimista, Wang no endulza la narración en ningún momento: aparecen problemas como la adicción al juego y la prostitución en la juventud, la novia dice estar deprimida por su futuro y la imposibilidad de tener hijxs, un padre rememora sus épocas en las que tuvo que irse a trabajar a otra provincia durante seis años, y no volvía ni siquiera para año nuevo. Luego del casamiento, Wang se centra en otra celebración de una pareja, pero esta vez de despedida, presta a volver a la ciudad de Zhili para conseguir trabajo. En ese relato no solo se tensionan los roles de género (el marido le dice a la esposa que no sonría o le saldrán arrugas, y que se ve más linda mientras más lejos esté de él), sino que se pone en juego la habilidad propia del trabajo manual. Ante una posmodernidad de trabajos que no necesitan capacitación, generando una mano de obra dispensable, el acto de coser a velocidades asombrosas todavía se mantiene como una habilidad manual que la esposa le enrostra a su marido, todavía novato, casi como una venganza por los comentarios machistas espetados anteriormente.
La trilogía de la juventud de Wang Bing no es colosal por su duración (juntas, las tres películas rozan las diez horas), necesaria con el fin de generar la intimidad que requiere el relato. Lo es por su sinceridad y apertura a la hora de poner en escena los problemas de toda una generación que busca cultivarse en un sistema que, pretendida e idealmente, se debe a sus jóvenes para erigirse. Si en la época de la Revolución Cultural la juventud se agrupaba en pandillas y era descuidada por los adultos, como retrata maravillosamente Jiang Wei en In the Heat of the Sun, en la actualidad están atrapados entre la opresión del Estado y la explotación del mercado. Wang, un artista censurado por el PCCh, denuncia esta colusión y le da esperanza a su juventud al construir, en conjunto y dialécticamente, un monumento viviente a los años floridos, un relicario donde preservar un divino tesoro.

Santiago Damiani nació en Buenos Aires en el año 2000. Estudia la Licenciatura en Sociología en la Universidad de Buenos Aires. Colaboró con críticas para medios como Taipei o Izquierda Web, y para los fanzines del 18° Festival Internacional de Cine Independiente de La Plata FestiFreak. Coedita la revista En otro orden.
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