Esta entrega fue posible gracias a la invitación de Ramiro Casasola Lago a escribir sobre An Autumn’s Tale, que será proyectada el sábado 10 de mayo en el Cineclub Los Inútiles de Mar del Plata.
1997 fue el año en que Hong Kong pasó de manos británicas a manos chinas. Diez años antes, Mabel Cheung estrenó An Autumn’s Tale, una comedia romántica sobre una joven que se muda a Estados Unidos para estudiar. En 1990, Clara Law filmaba Farewell China, también sobre una inmigrante hongkonesa en Estados Unidos, de tinte más dramático. Finalmente, el mismo año del cambio de soberanía, Wong Kar-wai estrenaba Happy Together, donde una pareja de hombres se exilia en las antípodas geográficas de Hong Kong: Argentina. Estas tres películas son, a su vez, tres formas de retratar las incertidumbres sociales y políticas de la isla, cuyo destino en la entrega de su administración parecía incierto incluso en los años 80.
An Autumn’s Tale es la primera de estas películas y la más lejana en el tiempo al cambio de soberanía. Es también la más ligera de las tres, de la mano con el sector social que retrata: una pequeña burguesía cosmopolita que escapaba de las tensiones políticas de Hong Kong para desarrollarse personalmente a través del estudio. En Nueva York, nuestra protagonista Jennifer conoce al desastroso Figgy, interpretado por el héroe de acción Chow Yun-fat, con el que establece un vínculo cercano luego de que su novio, aludiendo a la supuesta modernidad norteamericana, la dejara por otra chica. Siguiendo los códigos clásicos de la comedia romántica, Jennifer y Figgy van enamorándose al pasar tiempo juntos, pese a las dificultades para consumar su amor a causa de la adicción de Figgy al juego y el alcohol. En ese sentido, la ciudad de Nueva York aparece como un espacio alienante y sucio pero que, a la vez, permite la redención y el cumplimiento del sueño americano: luego de que nuestros protagonistas tengan que separarse, cada uno con una parte del reloj que alguna vez los unió, el destino vuelve a juntarlos a partir del sueño cumplido de Figgy de tener un restaurant en la playa.

Este tono optimista, propio del cine romántico norteamericano de los 80 en adelante, más que del oriental, se diluye en Farewell China, una película mucho más en diálogo con lo sombrío del caso hongkonés: Li Hong viaja a Estados Unidos con una visa estudiantil, para dejar de responder luego de pedirle el divorcio a su marido Zhao, quien se quedó en Hong Kong. Desesperado, Zhao va en busca de su esposa de forma casi detectivesca, encontrando en el camino pistas que lo llevan a una prostituta parecida a ella, una chica de Detroit llamada Jane. Siguiendo los reveses de una trama noir, Zhao acaba disparándole al fiolo de Jane y eventualmente asumiendo su lugar. Las pistas que van encontrando juntos no son muy prometedoras: descubren que Li fue violada, que trabajó en situaciones precarias y que fue forzada a casarse con un empresario chino. Cuando finalmente se encuentran, Li lleva a Zhao a su departamento y le promete que siempre hizo lo posible para que él y su hijo pudieran sumarse a ella en su vida norteamericana, solo para que, al día siguiente, Li le hable en inglés en lugar de cantonés, lo llame “chink” (un término peyorativo para los inmigrantes chinos) y acabe apuñalándolo con un destornillador frente a una réplica de la estatua de la Libertad en un ralentí significativo: no hay tal tierra de las oportunidades, el futuro en Estados Unidos es tan oscuro para los chinos como en Hong Kong. En el plano final, el hijo de Li y Zhao se divierte con sus abuelos en Hong Kong, un lugar que, como él, parece que va a crecer huérfano.
Siete años después, cuando se consuma el traspaso de Gran Bretaña a la China continental, Happy Together de Wong Kar-wai viene a plantear la herida abierta de Hong Kong de una forma visceral, sumergiéndose de lleno en la radicalidad formal (especialmente los ralentí y el step-printing, marcas autorales del cine de Wong) que asomaba en las dos películas anteriores. Con su particular estilo visual lírico y romántico, con verdes de ensueño y rojos saturados, Wong vuela hasta Buenos Aires para situar el romance homosexual entre Lai y Ho, quienes escapan de Hong Kong para empezar de nuevo en el otro lado del mundo. Ciudad doliente, Buenos Aires no hace más que separarlos, herirlos y profundizar su trato tóxico y dependiente. Basada libremente en la novela The Buenos Aires Affair, de Manuel Puig, Happy Together es una alegoría del desarraigo y el exilio contada no desde su lado político y social, sino emocional e íntimo, a ritmo de tangos de Piazzolla y cantos de Caetano Veloso. La película marca una transición perfecta entre el retrato frenético de los años de juventud que componían Fallen Angels, Chungking Express y Days of Being Wild y el acercamiento al amor adulto de In the Mood for Love y 2046: filmada con una poética que economiza espacios y personajes, une la agresividad narrativa con la belleza formal, una dicotomía presente en el corazón de sus propios personajes. La violencia intrínseca a la relación entre Lai y Ho es una muestra de los conflictos emocionales que atraviesa la propia isla de Hong Kong: un lugar autodestructivo, dependiente, que no da segundas oportunidades y cuyas calles sus habitantes imaginan cabeza abajo desde la otra punta del mundo, un reflejo de esa incertidumbre que los coloniza. Quizás por eso Wong decidió situar su canción del exilio en la ciudad de la furia, otra que no perdona y que, a casi treinta años del estreno del film, parece prometer el mismo futuro incierto que en aquella época.




Santiago Damiani nació en Buenos Aires en el año 2000. Estudia la Licenciatura en Sociología en la Universidad de Buenos Aires. Colaboró con críticas para medios como Taipei o Izquierda Web, y para los fanzines del 18° Festival Internacional de Cine Independiente de La Plata FestiFreak. Coedita la revista En otro orden.
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