Humo-cualunquem, o aquí no ha pasado nada

En “Un hombre decidido”, uno de los 16 episodios de la última película del tándem Cohn-Duprat, protagonizada por Guillermo Francella, un hombre (de acá en más, el “facho”, como le grita un vecino) se queja de la inseguridad frente a las cámaras de TN y dice que si un chorro se llega a meter en su casa, pum pum pum ahí nomás y lo liquida. A la noche, en el momento en que efectivamente unos ladrones entran en su domicilio, el facho agarra su pistola, baja sigilosamente las escaleras y apunta a los intrusos, que amenazan a su esposa. Pero en cada intento por disparar, el hombre se revela como lo que es: un bocón frente a las cámaras, un cobarde que se esconde temeroso hasta que los ve escapar. Su único logro es correr hacia la calle, lanzar unos tiros al aire y vociferar lo más alto que puede para que toda la cuadra escuche cómo supuestamente los espantó, diciendo que así ya no van a volver nunca más a intentar robarle. 

Este relato puede resumir tranquilamente la esencia de Homo argentum, antecedida por una ola de polémicas en entrevistas, comentarios en redes y la recomendación eufórica del Presidente de la Nación Javier Gerardo Milei, que pareciera no haberla comprendido del todo, como le ocurre usualmente con otras películas (como Terminator), frases (como “Roma no paga traidores”) y memes que comparte en sus cuentas. Y es que lo que aparentaba ser de antemano, por comentarios y recortes difundidos en medios, una colección abyecta de transgresión frente a la denominada “corrección política”, a la hipocresía del progresismo (sintetizado en los “kukas”) o al término importado woke (sostenida también por sus directores), termina adoptando en varios de sus relatos un discurso muy alejado de la ideología oficial actual, como en el mencionado al principio, o uno donde un abuelo cancherea que el compañero de su nieto no puede tener el mismo juguete que él compró en el exterior, otro en el que un conductor que se reencuentra en un accidente con un amigo de la infancia le perdona que le haya chocado su auto último modelo recién comprado, o aquel en el que un padre expone lo miserable que son sus hijos por querer realizar la sucesión justo cuando él se pone en pareja con su empleada doméstica. ¿Y si Cohn-Duprat son los topos que vinieron a destruir al mileísmo desde adentro? 

No saquemos conclusiones apresuradas, ya que ningún atisbo de esta contradicción entre lo que comentan sus responsables o las interpretaciones libertarias y el discurso de la película redime lo que terminan siendo en su gran mayoría sketches sin gracia ni desarrollo dramático. En principio, por la duración de muchos de ellos (16 historias en 90 minutos da un promedio de 5 minutos y medio cada una) y, en segundo lugar, porque los personajes que los protagonizan no tienen un mínimo de elaboración: son modelos ya preestablecidos de sus acciones, perfiles elaborados con datos que no pueden moverse un centímetro de su previsibilidad. Pero incluso partiendo de la elección de estereotipos conocidos, los relatos terminan mordiéndose la cola y anulando su aparente intención controversial. 

Un comentario reiterado es que el film pareciera enmarcarse en la lógica tiktokera actual, de la que tomaría la corta duración de sus episodios. Creo que, en realidad, la mayor conexión con el presente es su conformación como un enorme clickbait. Son más polémicos los títulos de algunos episodios que el contenido de la película en sí. Uno esperaría la indignación total con un título como “La fiesta de todos”, en referencia al film de propaganda del mundial del 78 de Sergio Renán, pero finalmente es una viñeta breve de un comentarista que muere de un ataque al corazón cuando la selección sale campeona. ¿Dónde está la controversia? Título y contenido no tienen vinculación más que en la presencia del campeonato mundial. Es más gracioso el meme de Condorito dándose un balazo con la escopeta. ¿Querrán que el espectador se vuele los sesos al ver semejante relato inerte? En el episodio donde una mujer amenaza a un millonario con decirle a la gente del restaurant del piso 52 que intentó ser violada si no le transfiere medio millón, todo lo ocurrido se revela al final como una fantasía persecutoria del millonario (y de Eduardo Feinmann)1. Todos quedamos tranquilos, el recorte difundido en redes para decir “qué hijos de puta, con lo que pasó con Thelma Fardin” resulta en el film un “aquí no ha pasado nada, como el título del primer episodio, que podría haber sido tranquilamente el nombre alternativo del largometraje.

“Aquí no ha pasado nada” es, a su vez, junto con el segundo relato (el del guardia de seguridad), el que opta por un ritmo más pausado para retratar su situación: en una fiesta en un edificio, un grupo de personas conversan sobre la cantidad de gente que se está yendo del país, en especial a España, las complicaciones con los papeles y cómo los españoles y los italianos se olvidaron de que fueron recibidos en Argentina con los brazos abiertos. Luego de reivindicar cómo el argentino individualmente (no grupalmente, ahí no tenemos solución) le saca el trapo a cualquiera y es solidario, el protagonista sale al balcón a fumar un cigarrillo y se toma un tiempo para contemplar la noche, antes de que se le caiga una botella de cerveza a la vereda y provoque un accidente. Atónito por lo que pasó, decide entrar al departamento y sumarse al trencito de la fiesta. 

Sin embargo, la película es tan torpe y cobarde como este personaje, ya que el hilo temático del “Homo argentum” nunca forma un camino que el espectador pueda recorrer de manera involucrada debido a que cada historia se ve obstruida a los pocos minutos por una placa con el título de la siguiente, rompiendo como la botella en la vereda cualquier lazo afectivo o narrativo con cada capítulo, más allá del protagonismo del mismo actor. Todo es un compendio de mini-relatos que se despachan lo más rápido posible para que pase el que viene. Y que, más que dinamizar la película, produce hastío y desconexión. Así, el episodio de los padres que llevan a su hija al aeropuerto de Ezeiza termina siendo un paréntesis olvidable entre varios, y cuando uno llega al último, “Troppo dolce”, ya se olvidó por completo de aquella conversación inicial. Es tan torpe y cobarde que la mayor provocación que puede lograr es con el mundo del cine, con el realizador “comprometido”, un episodio que derrama más resentimiento que misantropía, y que al darle el mismo registro interpretativo limitado de los otros personajes, con los tics, quejidos y gestos típicos de Francella, termina dando una caracterización absolutamente inverosímil por lo burda y caricaturesca.

Ni hablar de que el “argentum” brilla por su ausencia, porque el 90% de los relatos pueden suceder en cualquier parte del mundo. Ni siquiera es, como muchos acusaban, “porteña”, porque su identidad es absolutamente global y genérica. Su modelo no es el Homo porteñum, sino el uomo qualunque: el “hombre cualquiera” a quien honraba el partido político italiano de la posguerra (Fronte dell’Uomo Qualunque), país de donde pareciera venir la decadencia del americano, según el último episodio del film. El del norte, a donde los inmigrantes fueron por decisión, y el del sur, a donde algunos fueron por accidente (como le sucedió a Giussepe, el tío de la anciana).

Incluso aquellos momentos en los que se puede atisbar algún componente emocional en los personajes, estos son comunicados, nunca concretados. El guardia de seguridad de la segunda historia muestra una sonrisa al final, sugiriendo que fue partícipe de un trío con las dos mujeres que lo invitaron a su casa. Pero nunca se retrata el acto: como el vecino facho que lanza tiros al aire, solo se brinda el señalamiento, la indicación o la expresión para asumir que ocurrió aquello a lo que se alude. Es similar a lo que ocurre en el capítulo de las zapatillas: la “experiencia enriquecedora” que afirma haber tenido el cheto solo se muestra por la adquisición de productos de marca (que inundan el film con su publicidad) regalados al adolescente que vive en la villa, nunca del recorrido emocional de ambos en su compra o de regreso al barrio. O en el episodio del ascensor, donde no se logra construir tensión alguna alrededor de ese chantaje a lo largo de esos 52 pisos, o la melancolía del padre en su casa ya sin su hijo, resuelto con una placa que dice “un mes después” y la línea de diálogo “lo extraño al gordo”. Similar a lo que expresa Florencia Romano en este mismo sitio2, las experiencias (de placer, de tensión, de cobardía, de disputa, de descubrimiento) son para la película una transacción resuelta vía alias de una billetera virtual o a través de un posteo en redes. 

Esto último es lo que demuestra que la película es hija de esta época. Una sucesión de anécdotas que se pasan por medio de un scrolleo, siendo una más instantánea e irrelevante que la otra. Toda la lluvia de intercambios sobre la película, ya sea los de enojo (por gente que probablemente no la vio) o de entusiasmo (por oportunistas que interpretan en ella lo que se les canta y detectan “kukas” por todos lados)3, será nada más que otro capítulo en la agenda humo-cualunquem algorítmica de monetización de cuentas pagas y suma de ganancias para plataformas como Disney+, de la cual este mismo texto forma parte.


Pablo Ceccarelli nació en 1990 en la ciudad de Neuquén y reside en La Plata desde el año 2009. Es realizador, montajista, docente y crítico de cine, egresado de la Facultad de Artes de la UNLP. Fue co-director de Pulsión – Revista de cine y participó como crítico en la 13° edición del Talents Buenos Aires. “Calle 52”, su tesis de grado de la Licenciatura en Artes Audiovisuales (FDA-UNLP), participó en diversos festivales de Argentina y Latinoamérica como FICValdivia, Festifreak, FIDBA y FICIC, entre otros.


Notas

  1. El periodista comentó, en su programa en A24, que se sintió identificado con este relato, aduciendo que, ante el avance del movimiento “feminazi”, pensó que era mejor no subirse a un ascensor si debía hacerlo con una mujer para no arriesgarse a que ella lo acuse falsamente como en la película. ↩︎
  2. Un conjunto de islas con nombres propios”, Taipei / Crítica de cine, 3 de junio de 2025. ↩︎
  3. También por gente que en muchos casos no la vio, como el presidente del INCAA Carlos Pirovano, alegando que “cuando ves muchos tik toks, ves casi toda la película”. ↩︎

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