Raíces y escombros

Por mucho tiempo creí que esta película era sobre Palestina, dice Maia Gattás Vargas promediando Viento del este. La frase queda en suspenso, sin remate. El recorrido propio del documental parece cerrar sentido sobre el carácter personal, íntimo: el duelo, la muerte, la memoria renga por la ausencia de una figura elemental: la de su padre.

La arqueología familiar de Gattás Vargas comprenderá las voces de las otras mujeres de la familia: su madre y su abuela, con su respectivos diarios íntimos a manera de memorias tangibles, no alteradas por la deriva del paso del tiempo. Hay también algunas grabaciones caseras, en audio y video, y un puñado de fotografías. Las cejas así, rectas, esa mirada es muy tuya, dice la madre analizando una fotografía. La directora se busca en su padre pero no hay imágenes en movimiento de él, incluso hallar su voz en una cinta de cassette se vuelve una tarea costosa.

El cine argentino de los últimos años adoptó como una de sus formas predilectas el repliegue hacia lo personal-íntimo para narrar la época. Películas como El silencio es un cuerpo que cae (Agustina Comedi, 2017) o Esquirlas (Natalia Garayalde, 2020) trazaron caminos desde la historia personal y familiar hacia el orden de lo colectivo, echando luz sobre momentos o aspectos de la historia social y política que no habían sido visitados en el cine nacional. En otras, como La casa de Argüello (Valentina Llorens, 2019), se volvió una marca estilística para establecer manifiestos personales o narrar conflictos familiares a través de la pantalla, con lo político como telón de fondo, sin ofrecer una indagación en ese orden. Un tercer tipo son películas como Danubio (Agustina Pérez Rial, 2021) o Playback, ensayo de una despedida (Comedi, 2019), en las que el material de archivo se mezcla con elementos de ficción para tender un puente desde lo particular hacia lo colectivo. Viento del este es clara heredera de esta suerte de movimiento al interior del cine argentino reciente. Propone un diálogo entre la dimensión personal y la colectiva —es decir, lo político— de un modo que permitiría agruparla junto a las primeras, aunque con decisiones que la sustraen de la repetición o el agotamiento del recurso.

Algo en la forma de trazar ese puente vuelve a Viento del este una película centrada no sólo en el metraje encontrado (el uso de material de archivo familiar es mínimo). La reflexión está puesta en un elemento que conecta tres geografías caras a la historia personal de la realizadora: el agua. Lejos de ser un manierismo, la película deja constancia de los porqués. El significado del apellido árabe de su padre es hombre bajo el agua. El de su madre remite a Juan Bautista, aquel que bautizó a Jesús en las aguas del Río Jordán. Ese mismo río es el que conecta narrativamente con el agua del deshielo en Bariloche, donde las mujeres de la familia viven en la actualidad, y con las aguas del Río de la Plata, donde Luis Andrés Gattás, el padre de Maia, falleció dos meses después de su nacimiento. El nombre de la película, que la directora repite en susurros (viento del este, lluvia como peste), antes que proponer un diálogo con Le vent d’est (Grupo Dziga Vertov, 1970), evoca a la sudestada, fenómeno meteorológico propio de estas tierras y estas aguas, que produjo la muerte de Luis(1).

El agua es el elemento y también la textura que va hilando los distintos momentos de la película: las imágenes acuáticas registradas en Bariloche, Buenos Aires y Cisjordania se ofrecen como superficie sobre la cual se despliega la reflexión de la directora: ¿cuántas formas posibles hay para la memoria?, ¿cuántas texturas, formas y proyecciones podemos hallar en el agua? El lago Nahuel Huapi, el Río de la Plata, el Río Jordán, pero también la lluvia, la nieve, el hielo. El agua como lienzo y también como pantalla: allí se reflejan las copas de los árboles y la luz que se proyecta en interiores. A través suyo se filtran las imágenes del otro lado de una ventana. Es viscosa, se precipita, fluye, se estanca, inunda, se despliega como gotas en una ventana; el agua se vuelve hielo, vidrio empañado, espejo, fuente de vida y lecho de muerte.

La memoria no es como el agua: no se registra; se construye con retazos, fragmentos, se la interroga. Gattás Vargas retoma las memorias de su madre y su abuela, así como imágenes de Palestina en películas y en el registro propio. Su identidad se configura en el intersticio de migrantes árabes, pescadores porteños y madrazas patagónicas. Si la película establece en el tiempo un collage que susurra todas las aguas el agua con la sensibilidad estética de una artista visual, la directora busca reconstruir con fragmentos de memorias ajenas lo que no pudo encontrar en la propia: la figura de su padre, su voz (Por ahí debe estar Luis, dice su abuela mientras ella busca su voz en un cassette), su gesticulación, su reflejo en él. La pregunta por la memoria es la pregunta por la identidad. Algo que hasta hace poco más de un año creíamos, en Argentina, que era una obviedad.

Lejos de congraciarse con las imágenes registradas en territorio palestino, las imágenes de Cisjordania llegan lejos y tarde, como punto de llegada anunciado en escenas previas. Cisjordania y los territorios ocupados por el Estado de Israel se presentan como una tara para la construcción de una memoria: allí donde prima el colonialismo, la historia es recuperada por vía de la arqueología. Las raíces de los cactus como permanencia de la demarcación de las parcelas de la ciudad de Jaffa antes de la colonización y los escombros que devuelve el mar se conectan metonímicamente con las porciones fragmentarias de la memoria que la realizadora reconstruye.  

El abismo, lo no dicho o dicho a medias, es la pregunta por Palestina. La película anda a tientas buscando articular una respuesta, pero lo que encuentra son, nuevamente, fragmentos. Elude con acierto las variantes panfletarias, eficaces en su contundencia y contundentes en su ineficacia. Gattás Vargas cita un fotograma de Ici et ailleurs (Jean-Luc Godard, Anne-Marie Miéville, 1976), que contiene la frase la muerte está representada en la película por una corriente de imágenes(2). Dice que los directores hablan de la revolución en Palestina pero en realidad quieren hablar de otra cosa, adoptando, sin explicitarlo, esa clave para sí misma. 

En la película de Godard y Miéville esa otra cosa era la reflexión sobre el lenguaje, sobre las imágenes, sobre la propia manera de contar Palestina a vista de las imágenes de la muerte que se multiplicaban, sobre la forma en que las imágenes pueden ser revolucionarias (en contraposición a las imágenes del capital), pero también sobre el programa político para eso que todavía sonaba con fuerza: la revolución. Viento del este es una película del presente: la preeminencia de lo privado y personal como sustrato sobre el cual pensar lo colectivo dialoga con una época en que las imágenes del horror se han multiplicado exponencialmente hasta devenir contenido de redes sociales, a un swipeo de distancia, anulando su densidad histórica y humana. Sus silencios y vacíos construyen un panorama del orden de lo sensorial y lo sensible en un mundo de gritos. Las texturas y sonidos de las aguas, que pueden ser un dibujo o una canción acuática en el piano. El libro de Palestina en la biblioteca familiar sin marcas de lectura. La escritura en árabe del apellido paterno. El diálogo trunco con su padre (¿sabías que la escritura en árabe es de derecha a izquierda?, ¿vos sabías alguna palabra?). La pregunta por Palestina.

En Ici et ailleurs, Godard dice: Nadie sabe responder, o bien, responde mal. Así que, a fuerza de ir mal, decimos que no son las respuestas las que no funcionan, sino las preguntas. Y que quizás haya que abandonar este sistema de preguntas y respuestas y encontrar otra cosa.


Blas Martín nació en Bahía Blanca en 1988. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Es docente en la escuela primaria y hace radio en FM La Tribu, en los programas “La revancha” y “Nunca fuiste al cine”.


Notas

1   En su libro Las fotos, Inés Ulanovsky dedica un capítulo a la historia de la desaparición y posterior hallazgo de Luis Andrés Vargas en el Río de la Plata. Algo de ese breve texto parece ser germen de Viento del este.

2   La traducción es propia. En la película, la frase aparece en el francés original.

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