Acerca y por encima

Después de ver Sobre las nubes, la última película de María Aparicio, me entró una duda con respecto a su título. Había asumido que significaba “por encima de las nubes”, pero después leí el nombre elegido para el estreno internacional, About the Clouds, o sea, Acerca de las nubes. Quizás lo más curioso es que ambos títulos pueden ser igual de válidos y pertinentes para nombrar la película y para pensar cómo se acerca la directora a lo que quiere contar.

Aparicio filma una ciudad de Córdoba en estado de ensoñación. No desde un registro onírico, sino por una atmósfera de quietud y gentileza, como si la vida se suspendiera y elevara por encima de las nubes. La identificación con el mundo es notoria y directa, ya sea por las repetidas referencias a los precios de las cosas o por el censo que tiene lugar en la primera secuencia, pero hay una leve abstracción que permea las acciones de sus protagonistas: todos interactúan con gestos de afecto y voces calmas en una ciudad substraída de su ajetreo urbano. Es como si se propusiera una Córdoba paralela, un réquiem para la hostilidad del mundo contemporáneo. La película es realista en su temática, pero escapa del registro realista: la tendencia a los planos fijos y simétricos, el hieratismo de sus interpretaciones, el uso de la pantalla cuadrada, la fotografía en blanco y negro y el campo sonoro son cómplices de la calma que ordena la película.

Frente a una serie de recursos formales reiterados hasta el hartazgo por todo un sector muchas veces ahistórico y solipsista del cine destinado a festivales, lo más valioso de la película recae en su humanismo. La directora cubre a sus personajes principales, fragmentados en cuatro historias paralelas, de un inmenso cariño y empatía. Sus acciones, de tan cotidianas, de tan inmediatamente identificables, se vuelven cercanas y queribles. A pesar de la marcada atenuación de sus conflictos (no saber qué responder en una entrevista laboral, no tener un vestido para una salida, perder un reloj entre los muebles del living o una comanda en el trabajo), hay una solidez dramática que permite que como espectadorxs nos interesemos y preocupemos por sus protagonistas de forma genuina, factor nada despreciable en un panorama de cine contemporáneo cada vez más distante y estancado.

El film se centra en el lugar del trabajo como organizador de la vida social en todos los niveles: no solo la reproduce, sino que condiciona las relaciones entre las personas. Una enfermera, un cocinero en un bar, una chica que pasa de barrendera a vendedora de ropa usada y después a música callejera, una empleada de librería, un padre que se quedó sin trabajo, un kiosquero y un vendedor ambulante se constituyen como sujetos de una ética del trabajo subalterno. Por eso es, también, una película acerca de las nubes: sobre la volatilidad del trabajo en un mundo en crisis constante, sobre su intangibilidad e incerteza, y sobre la posibilidad de que las personas logren escapar de esa lógica productivista y encontrarse, como dos nubes que se juntan, se fusionan, en el cielo. Sobre las nubes podría ser una contracara del cine de la anomia, ese que retrata los entramados de la vida cotidiana a partir de la ruptura del lazo social, de la separación y el distanciamiento entre personas. La pulsión vital y humanista de la directora cordobesa hace que sus personajes encuentren resquicios de aire frente a la asfixia de las condiciones de vida. Les permite encontrarse y cooperar con su propia gentileza y ternura para así crear algo tangible frente a lo evanescente de las relaciones laborales, al igual que en otros retratos contemporáneos de las crisis económicas como El perro que no calla, de Ana Katz, y El planeta, de Amalia Ulman.

A pesar del optimismo de la película, en la narración subyace una melancolía profunda, un anhelo por los momentos en los que todo estuvo mejor. En esa alianza entre ternura y tristeza, la película pierde en denuncia de las condiciones laborales, a diferencia de películas del nuevo cine argentino con temática similar como Parapalos, de Ana Poliak, o Bolivia, de Adrián Caetano. Más que una expresión de rabia, ese anhelo melancólico parece un espíritu común de la época: resulta imposible salir de la conjetura sobre un mundo mejor y construir acción a partir de eso. El propio tono abstracto de la película constataría el cinismo y la violencia del mundo, recurriendo a la creación de una realidad alternativa de seres excesivamente amables con tal de encontrar comprensión y dulzura, como si esos fueran elementos fantásticos. Cuando abundan el desapego y el cinismo, la gentileza y la ternura pueden parecer contestatarias, pero me pregunto si, en tiempos de apatía política, eso es suficiente.

El deseo de cambiar las cosas, la imperiosa idea de que “tiene que haber algo mejor que esto”, parece reflejarse en los ojos de sus protagonistas en la escena final, cuando la lluvia los obliga a refugiarse en conjunto, en el portal de una casa, a mirar las nubes. Hacer una película por encima o acerca de las nubes implica filmar y hacer cognoscible esa totalidad inalcanzable que es el cielo. María Aparicio sabe que solamente cooperando se lo podrá tomar por asalto, aun si, por ahora, solo podemos compartir una canción hasta que la lluvia amaine.

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