Desde el principio, en Tom se parodia la elegancia solemne del mundo de la música clásica, sus gestos, sus tics, la convicción de su propia importancia. Tom empieza a tocar confiado, con los ojos cerrados, luciéndose ante el público, en una pose algo pedante. Y termina desorbitado, aturdido y, finalmente, desvencijado. Pero el trayecto de un punto al otro parece tan motivado por la escalada de violencia en el combate con su rival como por el propio efecto de la música(...)