Mi ingreso físico a la universidad fue en 2022. Digo físico porque fue la primera vez que pisé el edificio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA de la calle Santiago del Estero, en el barrio de Constitución. Hasta ese momento, mi cursada había sido virtual, atomizada. Apenas conocía las voces de compañerxs o su imagen mediada por una webcam en reuniones por Zoom o Google Meet. Después de una secundaria movilizada por conflictos como la desaparición de Santiago Maldonado o la puesta en pie del movimiento feminista por el derecho al aborto, sentía una gran ansiedad por lo que depararía la militancia universitaria, un actor social y político de gran tradición de lucha en este país. Sin embargo, la pandemia pareció un punto de quiebre, no solo en las relaciones entre el estudiantado y la institución universitaria, entre alumnxs y docentes, sino en la propia composición social, política y de clase de la facultad: cuando volvimos en 2022, estaba todo planchado. La vida política y el goce militante que tanto habían caracterizado a la UBA y a Sociales en particular parecían perdidos, aplastados por un individualismo epistemológico y una burocratización política. El rechazo a la militancia universitaria, a los carteles pegados en los pasillos, a las pasadas por curso y a las volanteadas permeaban el sentido común de una facultad en donde el pensamiento sobre lo social y lo político se supone que debía ser un elemento constitutivo fundacional de las carreras que la conformaban, desde Sociología y Ciencia Política, hasta Comunicación, Trabajo Social y Relaciones del Trabajo.
Otro punto de quiebre en la vida universitaria y el movimiento estudiantil es el ataque sistemático y el ensañamiento del gobierno con nuestras universidades públicas. El veto al presupuesto del Presidente, ratificado por el Congreso de la Nación (Pero las bancas de aquella institución / estaban muy lejos de ser una opción(1)), está suscitando una serie de tomas de facultades desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, desde el Conurbano bonaerense hasta Mendoza. Décadas de desfinanciamiento a la educación pública encuentran su apoteosis en una política de Estado que, de plano, busca destruir ese canal de movilidad social y esperanza de futuro de generaciones enteras.
Por primera vez en casi seis años, se vuelve a una oleada de tomas de facultades, quizás como nunca se había visto en la historia argentina: prácticamente cien facultades en todo el país llegaron a estar bajo control estudiantil, con pibxs durmiendo en las aulas y poniéndole el cuerpo a la lucha, muchas veces por primera vez en su facultad. Los cantitos en repudio al desfinanciamiento retumban por los pasillos llenando de un movimiento febril y jovial a la lucha en defensa de nuestros espacios de estudio, desde Les cortamos la calle / y les tomamos la facultad hasta el clásico Universidad de los trabajadores / y al que no le gusta, se jode, se jode. Porque la toma no es solo una declaración política y una actividad simbólica, es la proposición de un espacio de encuentro en el que formar a una generación militante y tender lazos afectivos que permitan la resistencia a un gobierno que no puede concebir que lxs laburantes estudien, que lxs pobres se reciban, que la juventud se organice contra sus postulados reaccionarios y que tomemos en nuestras manos la responsabilidad histórica que tenemos como actor político.
El viernes 25 de octubre, en el marco de la toma, tres integrantes del colectivo militante Antes Muerto Cine, forjado al calor de la toma de la UNA de 2010, vinieron a proyectar una selección de sus cortos documentales. Parecía urgente que el contenido y la forma del cine de Antes Muerto fuera visto en un contexto semejante. La rabia política que caracteriza al colectivo va siempre de la mano con una fascinación por el mundo que, como las ciencias sociales, demandan una crítica y reflexión imperiosas. Fuego en el mar, de Sebastián Zanzottera, corto que inauguró la proyección, parte de un sueño y una imagen pesadillesca: una bola de fuego se incendia en altamar por causa de una fuga de gas en un ducto submarino. Desde ahí, el director indaga sobre la naturaleza del trabajo, acompañado por unos archivos familiares pertenecientes a su padre, obrero petrolero que murió tempranamente a los 56 años, luego de pasar años alejado de su familia por un trabajo en el que la masculinidad se forja en torno a la idea de sacrificio. Cuestionar esa masculinidad implica cuestionar también un modo de producción, reflexiona Zanzottera al conectar la muerte de su padre con la demanda física que exigía su empleo.
Pero Antes Muerto no es solo fascinación, también es la capacidad de intervenir en el mundo, un modo de operar sobre la forma del cine que manipula los elementos a mano que permiten, ante todo, hacer una alegato político sobre ese mundo. Lo muestran los diseños 3D de las plataformas petroleras hechas por el mismo director, intersectadas por imágenes de movilizaciones obreras que marcan el carácter clasista de la poética antesmuerta, una en la que la ternura y los afectos son transversales a la lucha política, como bien lo entiende Tatiana Mazú en La Internacional. Ahí se hace un retrato militante de Sofía, hermana de la directora, que es también retrato familiar, teñido por el cariño y la rabia que integran las relaciones familiares y políticas. Tanto con imágenes de la lucha obrera de GESTAMP durante el gobierno kirchnerista como con discusiones familiares o filmaciones de archivo de ellas dos de niñas, Mazú marca una intersección indivisible entre vida y militancia, que va mucho más allá de pensar que lo personal es político: afirma que la vida es colectiva y se forja siempre en diálogo y consonancia con otrxs.
La dialéctica y la yuxtaposición de conceptos, imágenes e ideas son parte elemental del cine de Antes Muerto, aún cuando surge de similitudes casuales entre dos elementos. Puede ser un abuso familiar y un conflicto minero en Río Turbio, la intersección entre una autopista y una avenida y la desaparición de Luciano Arruga en Todo documento de civilización —ambas de Tatiana Mazú—, la relación entre quien arma un celular y quien lo desarma años después a kilómetros de distancia en Las ruinas nuevas, o un descubrimiento espacial y el apagón del ingenio azucarero jujeño Ledesma durante la última dictadura en La primera imagen de Marte, ambas de Manuel Embalse. En esta última, el director descubre una casualidad insólita: el mismo día que se desaparecían obreros del azúcar en Jujuy, el 20 de julio de 1976, se aterrizaba en el planeta rojo para fotografiar su suelo por primera vez. Interviniendo las imágenes, tiñéndolas de rojo y deformándolas, pero tambien utilizando material de archivo (no como un recurso facilista extendido en el cine de festivales, sino como una forma de recurrir a toda la memoria del mundo, que va desde filmaciones de los cuarteles generales de la NASA durante el aterrizaje a publicidades de la industria jujeña y tapas de diarios), Embalse traza una historia de casualidades y causalidades de la represión en la provincia del norte, cuando casi cincuenta años después, en 2023, el gobernador radical Morales tortura y detiene a oscuras, con métodos escabrosamente similares a los de La Noche del Apagón, a manifestantes que exigían un mejor salario, apenas un mes antes de que se efectúe la primera transmisión por streaming desde Marte.
La dialéctica entre política y naturaleza, entre lo casual y lo causal, se encuentra en la documentación de una lucha feminista y campesina en México, que filma Delfina Carlota Vázquez en ¿Puede una montaña recordar? Un volcán como telón de fondo de la ciudad de Puebla parece temblar ante las injusticias: erupcionó cuando mataron a Zapata, y también cuando asesinaron a un militante popular que se manifestaba contra la construcción de un gasoducto, marcando la relación intrínseca entre la población y el volcán, que lleva el mismo nombre que una cuarta parte de la población, descendiente de los trabajadores que fueron forzados a extraer el azufre de las entrañas del Popocatépetl. La síntesis del proceso dialéctico del corto se da cuando Vázquez hace estallar el volcán en una serie de imágenes distorsionadas y superpuestas junto con un collage sonoro monumental que va desde sonidos drone hasta temblores y glitches, que son marca de la casa del despliegue estético de Antes Muerto.
La actividad no se dio en las mejores condiciones. Proyectamos las películas en una pared del comedor de la facultad, costó mucho conectar el sonido correctamente y en un momento hubo que prender las luces para que las chicas del comedor pudieran hacer su trabajo. Sin embargo, la urgencia y la necesidad de compartir estas historias con estudiantes en lucha fue motivo suficiente para que se genere un clima de reflexión en torno a los reenvíos entre cine y política. Al terminar el programa, lxs compañerxs de Antes Muerto mostraron imágenes de las tomas de la UNA Audiovisuales de 2010 y 2012, y charlaron con nosotrxs sobre su proceso de lucha. Entre estudiantes que pasaron a saludar o se quedaron durante todo el programa se dieron muestras de admiración por las imágenes de lucha proyectadas, preguntas por la posibilidad y estrategias para ganar el conflicto, esbozos de solidaridad entre las luchas estudiantiles y por el cine argentino y un diálogo que tuvo menos de enseñanza intergeneracional que de ida y vuelta entre métodos de resistencia y formas de vivir el afecto y lo colectivo frente a un ethos individualizante. Hasta se acercaron estudiantes de la Universidad del Cine a participar del evento mostrando su solidaridad.
La lucha por la defensa de la educación pública sigue en pie. En este contexto, es más preciso que nunca decir, ver y mostrar; envolverse en el polvo del mundo y tomar en las propias manos las reivindicaciones históricas que nos legaron las luchas pasadas y que forjarán las luchas futuras. Si bien el panorama es incierto y el conflicto es complejo y de largo aliento, se gesta una nueva generación militante capaz de acompañar al conjunto de la población trabajadora, las clases medias, la cultura, la ciencia, la salud y los sectores populares a dar un gran salto adelante en defensa de lo que les pertenece. Cuando no se puede optar entre vencer o morir, es necesario vencer.
Viva la educación pública
Viva la Reforma del 18
Viva el Cordobazo
Ni un paso atrás
Notas
1 “Congreso”, Eterna Inocencia.