Podemos hacer una pequeña prueba en nuestra vida cotidiana: ponernos de rodillas, a la altura de un niño pequeño. Enseguida comprobaremos que el mundo está en las alturas y que, de continuar así, estaremos todo el día mirando hacia arriba. Ahí está todo lo que los niños son incapaces de alcanzar porque los adultos hacemos el mundo a nuestra medida. Desde la mirada infantil, nuestro mundo adulto es extraño y a veces difícilmente entendible. Está lleno de puertas cerradas, de botes que no se pueden abrir, de cosas que solo los mayores pueden hacer, comer, beber, ver, conducir(...)