El problema que se plantea es el de saber por qué hoy en día nos imaginamos tener acceso a ciertas fantasías eróticas a través del nazismo. ¿Por qué esas botas, esos cascos, esas águilas, con los que se apasionan tan a menudo, y sobre todo en los Estados Unidos? ¿No es la incapacidad de vivir realmente ese gran encantamiento del cuerpo desorganizado lo que nos hace rebajarnos hacia un sadismo meticuloso, disciplinario, anatómico? ¿El único vocabulario que poseemos para retranscribir ese gran placer del cuerpo en explosión será esta triste fábula de un reciente apocalipsis político?, ¿no poder pensar la intensidad del presente sino como el fin del mundo en un campo de concentración?(...)