En la inaudibilidad momentánea vestida de azar, ya por la sobrecarga del campo sonoro que enmascara el hilo de voz, ya por la falla interna del dispositivo de registro que deviene en silencio absoluto, se genera un espacio de resguardo y complicidad entre los sujetos protagonistas del que, como espectadores, quedamos fuera. De forma inesperada quedamos librados, momentáneamente, a merced de la soledad. Devenidos oyentes furtivos, nuestro corazón se saltea un latido y nuestro oído se carga de nada(...)